
"En el plano educativo es recomendable que el reconocimiento venga por la preparación concienzuda del examen, no por la nota"
Fui a un partido de baloncesto de mi hija. Una competición escolar
de niñas de 11 años. El partido estaba reñido, y ambos equipos luchaban con
pasión. A mitad de partido, la entrenadora del equipo contrario empezó a
discutir las decisiones arbitrales con inusual agresividad. Y los padres, que
habían comenzado con algunos gritos de ánimo, hacía un buen rato que habían
perdido los papeles y se comportaban como auténticos hooligans, estimulando
una competitividad desmesurada y sin dudar ni un instante en insultar
literalmente a los contrarios.
Perdimos el partido, y la celebración del otro equipo fue una
exhibición de arrogancia y humillación del contrario absolutamente fuera de
lugar. Una provocación en toda regla, a la que se unió el hecho de que la
entrenadora contraria le negó el saludo a nuestro entrenador.
A la vista de aquel triste espectáculo, hice todo el camino de
vuelta a casa cuestionándome si mi hija debía continuar en el equipo, y
preguntándome qué sentido tenía todo aquello: ¿qué aprendía mi hija de aquella
competitividad fuera de límites?, ¿a qué rincón del olvido habíamos relegado la
famosa frase del fundador de las Juegos Olímpicos modernos que afirmaba: lo
importante es participar?
Competitividad sana e insana - "El segundo es el primero de los perdedores" (Ayrton
Senna)
La competitividad es una característica intrínseca a la especie
humana. Su origen se encuentra en la necesidad de aparearse. Así pues, muchas
de las actitudes de competitividad de los humanos están gobernadas por los
mismos procesos que nos hacen luchar por la pareja deseada.
Dicho esto, hay distintas maneras de ver y vivir la competitividad
que la hacen funcional o disfuncional. La frase aquí reproducida del
desaparecido campeón de fórmula 1 expresa muy bien el sentimiento que
frecuentemente existe en el deporte de élite y lo gobierna.
Existe una competitividad sana, basada en nuestro esfuerzo
por conseguir un objetivo. Esta competitividad nos ayuda porque nos lleva a dar
lo mejor de nosotros mismos, a progresar, a buscar nuevas estrategias para
superarnos, a descubrir y aprender de nuestros errores y a buscar nuevas
soluciones para mejorar. Si un equipo de baloncesto no se esforzara por ganar
al contrario, poco avanzaría en su desarrollo. Es, por tanto, absolutamente
deseable porque, si no, no progresaríamos.
Pero hay también una competitividad insana, basada en
obtener la victoria a toda costa, que, lejos de ayudarnos, nos genera estados
de insatisfacción, de estrés, y nos bloquea, porque cuando no la obtenemos,
sentimos un alto grado de frustración que a menudo expresamos en forma de
agresividad, de quejas, de polémicas e incluso de desprecio por los demás. Esta
competitividad nos lleva en ocasiones a comportamientos antideportivos o poco
éticos (¿quién no recuerda un famoso gol con la mano en un Mundial?), que poco
dicen de nosotros como personas. Cuando en el deporte, en el trabajo o en
nuestras relaciones estamos dispuestos a hacer trampas o a destruir al
contrario para conseguir ganar, esta competitividad no es en absoluto
funcional, porque no va destinada al crecimiento personal, sino a la pura
victoria sobre los demás.
Es distinto perder y fracasar - "Lo esencial en la vida no es el éxito, sino esforzarse por
conseguirlo" (Pierre de Coubertin)
El éxito tiene que ver con factores internos, pero también
externos. Perseguirlo como meta nos puede crear ansiedad. Llevar a cabo una
actividad tomando el resultado como objetivo es comprar números para el estrés
y la frustración. En cambio, si la llevamos a cabo centrándonos en el esfuerzo
y la estrategia, estaremos desarrollando todo nuestro potencial.
Alcanzar un determinado resultado no siempre depende de nosotros.
Hay factores externos (el arbitraje en el deporte, una adversidad fortuita en
el trabajo...) que pueden llevarnos a un mal resultado a pesar de nuestra buena
actuación. Por eso debemos tener muy presente que perder no quiere decir en
absoluto fracasar, y que, en el límite, mucha gente fracasa ganando.
El esfuerzo depende de mí. El resultado depende de mí y de muchas
otras cosas que yo no puedo controlar. Si me juzgo por el esfuerzo, yo decido
mi éxito. Si juzgo los resultados, estoy en manos de muchos otros factores,
entre ellos el azar.
Vivimos en una cultura competitiva, en la que se simulan las
faltas en el deporte, se falsifican los currículos en el trabajo o se hunde a
la competencia con campañas de descrédito. Todo para obtener el éxito. Pero es
un éxito externo, aparente, que no nos puede dar satisfacción como personas, y
que, en aquellos casos en que somos referentes, nos lleva a dar un pésimo
ejemplo. Es mucho mejor perder triunfando (he hecho todo el esfuerzo posible y,
por tanto, estoy orgulloso de ello) que ganar fracasando (he hecho las trampas
necesarias para obtener el resultado, pero estoy muy lejos de poder sentirme
orgulloso de ello).
¿Contra quién compito? - "Solo hay una competición sana: yo contra mí mismo"
(Oriol Pujol Borotau)
Competir es bueno, siempre que entienda que con quien compito es
conmigo mismo. No me comparo con los demás. Me comparo conmigo, y fruto de esta
comparación valoro mi progreso y mi crecimiento.
En esta idea de competición no hay adversario, y no me preocupa el
resultado, aunque, paradójicamente, es cuando más lo obtengo, porque es en esta
competición conmigo mismo en la que doy lo mejor de mí.
Como afirma magistralmente el profesor Santiago Álvarez de Mon,
"el partido interior que jugamos con nosotros mismos es el único que
merece la pena (...), ahí es donde de verdad gano o pierdo".
Es nuestra responsabilidad decidir qué tipo de competitividad
elegimos, y derivado de ello educar a nuestros hijos en una competitividad
sana, donde seamos capaces de premiar el esfuerzo y la estrategia, y no el
resultado. En un plano educativo es recomendable que el reconocimiento venga
por la preparación concienzuda del examen, no por la nota conseguida, y por el
buen juego del partido, no por el resultado. Celebremos la estrategia y seamos
conscientes de lo aleatorio del resultado. Si celebramos únicamente el
resultado, alentamos a conseguirlo por todos los medios, lícitos e ilícitos.
Y debería ser obvio que no podemos caer nosotros, como
espectadores en las actividades escolares, en esta competitividad insana.
Terminamos con una frase de John Wooden, legendario entrenador de
baloncesto americano: "Éxito es el estado de paz y serenidad interior
alcanzado como consecuencia de la satisfacción de saber íntimamente que has
hecho todo lo que estaba en tu mano para lograr el máximo de lo que eres
capaz".
Libros
- 'La última lección' (Grijalbo, 2008). Se trata de la memorable
conferencia del profesor Randy Pausch, sabiéndose en fase terminal de un
cáncer; un alegato a los valores de la vida donde la idea de competitividad
sana aparece magistralmente expuesta.- 'Con ganas, ganas', de Santiago Álvarez de Mon (Plataforma, 2010). Ofrece, entre otros contenidos, una visión lúcida de la competitividad y sus límites.
Rivalidades históricas
1. Oxford y Cambridge (remo).2. Europa y América (golf).
3. Mozart y Salieri (música).
4. Federer y Nadal (tenis).
5. Pepsi y Coca-Cola (marcas).
6. Aple y Windows (digital).
7. Kennedy y Jruschov (política).
8. PC y Mac (informática).
Tomado de El País - FERRAN RAMÓN-CORTÉS 11/09/2011