17 de febrero de 2009

¿Está justificada la mentira en política?

El siguiente texto fue publicado hace unos meses en el periódico "El País" (España). El autor es Hans Küng, teólogo suizo de "avanzada", hace una refrexión sobre el comportamiento ético de los políticos, a propósito de la campaña de Obama. Además el tema no deja de ser actual: en Venezuela Hugo Chávez acaba de hacer una consulta popular para modificar la Constistución de manera que de cabida a la reelección permanente; en México acaba de ser promulgada la Nueva Ley Electoral,, además de las campañas para renovar la Cámara de Diputados. Creo que nos puede aportar muchas luces al momento de emitir un juicio y no aceptar inocentemente todos los mensajes que seguiremos escuchando. MD

Una pregunta ética fundamental para el sucesor del presidente estadounidense George W. Bush es ésta: ¿Debe mentir un presidente? ¿Hay alguna circunstancia en la que la mentira esté justificada?
Los políticos y el Estado no deben tener reglas morales distintas a las de la ciudadanía
Por supuesto que existen políticos y estadistas honrados

El ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger no tiene problemas para justificar las mentiras. Kissinger opina que el Estado -y, por consiguiente, el estadista- tiene una moral diferente a la del ciudadano corriente. Lo demostró en la práctica durante sus años en el Gobierno de Nixon y luego defendió esta opinión en su libro de 1994, Diplomacy, en el que menciona a figuras históricas que admira: entre otros, Richelieu, Metternich, Bismarck y Theodore Roosevelt.
Cuando le dije en una ocasión que esa visión del ejercicio del poder político me parecía inaceptable, él replicó, no sin ironía, que el teólogo ve las cosas "desde arriba" y el estadista "desde abajo".

Le hice esa misma pregunta sobre la mentira y la moral política a un buen amigo de los dos, el ex canciller de Alemania Federal Helmut Schmidt, cuando pronunció una conferencia sobre ética mundial en la universidad de Tubinga en 2007: "Henry Kissinger dice que el Estado posee una moral distinta de la del individuo, la vieja tradición desde Maquiavelo. ¿Es verdad que el político que se ocupa de asuntos exteriores debe atenerse a una moral especial?".


Schmidt me respondió: "Estoy firmemente convencido de que no existe una moral distinta para el político, ni siquiera el político que se ocupa de asuntos exteriores. Muchos políticos de la Europa del siglo XIX creían lo contrario. Quizá Henry sigue viviendo en el siglo XIX, no sé. Tampoco sé si hoy seguiría defendiendo ese punto de vista".

Por lo visto, sí. Al recomendar, hace poco, más participación militar en las guerras de Irak y Afganistán, Kissinger ha demostrado que sigue siendo un político que piensa desde el punto de vista del poder y en la tradición de Maquiavelo. Aunque por otro lado, ha dicho que está en favor del desarme nuclear total. ¿Es una contradicción o un signo de la sabiduría que da la edad?

En las reuniones del Consejo Interacción de ex jefes de Estado y de Gobierno, del que soy asesor académico, se discuten problemas de ética. Recuerdo que en 1997 no hubo ninguna cuestión relacionada con la Declaración Universal de las Responsabilidades Humanas del consejo que se debatiera con tanta intensidad como la de "¿No mentir?". El artículo 12 de la declaración trata sobre la veracidad, y dice: "Nadie, por importante o poderoso que sea, debe mentir". Sin embargo, inmediatamente sigue una puntualización: "El derecho a la intimidad y a la confidencialidad personal y profesional debe ser respetado. Nadie está obligado a decir toda la verdad constantemente a todo el mundo". Es decir, por mucho que amemos la verdad, no debemos ser fanáticos de la verdad.

Pero no exageremos. Los políticos también son seres humanos, e incluso una persona veraz puede mentir cuando se encuentra en una situación difícil. No hablo de las mentiras que se cuentan por diversión ni de las mentiras piadosas, sino de las mentiras deliberadas. Una mentira es una afirmación que no coincide con la opinión de la persona que la hace y que pretende engañar a otros en beneficio personal. O como dicen los Diez Mandamientos en Éxodo 20:16: "No darás falso testimonio contra tu vecino".

Una vez, el ex ministro de Asuntos Exteriores de un país del Sureste Asiático me contó, con una sonrisa, que en su ministerio corría esta definición de embajador: "Un hombre al que se envía al extranjero para que mienta". Pero hoy ya no puede construirse ninguna diplomacia eficaz a partir de esa idea. En la época de Metternich y Talleyrand, dos diplomáticos podían decirse mentiras a la cara. Pero hoy, en la diplomacia secreta, es necesaria la franqueza, por más que se emplee todo tipo de tácticas astutas en la negociación.

El juego sucio y los engaños no salen rentables a largo plazo. ¿Por qué? Porque minan la confianza. Y, sin confianza, la política constructora de futuro es imposible.

Por consiguiente, la primera virtud diplomática es el amor a la verdad, según dice el diplomático británico sir Harold Nicolson en su clásica obra de 1939, Diplomacy, que, por cierto, Kissinger menciona a regañadientes en su libro, en la página del copyright, pero luego no vuelve a citar en ninguna parte.
Eso significa que algunos estadistas como Thomas Jefferson tenían razón: no existe más que una sola ética sin divisiones. Ni siquiera los políticos y hombres de Estado tienen derecho a una moral especial. Los Estados deben regirse por los mismos criterios éticos que los individuos. Los fines políticos no justifican medios inmorales.

O sea, la veracidad, que está reconocida desde la Ilustración como condición previa fundamental para la sociedad humana, no sólo es un requisito para los ciudadanos individuales sino también para los políticos; especialmente para los políticos. ¿Por qué? Porque los políticos tienen una responsabilidad especial respecto al bien común y además disfrutan de una serie de privilegios considerables. Es comprensible que, si mienten en público y faltan a su palabra (sobre todo, después de unas elecciones), luego se les eche en cara y, en las democracias, tengan que pagar el precio, en pérdida de confianza, pérdida de votos en las elecciones e incluso pérdida de su cargo.

Las mentiras personales, como las que contó el ex presidente estadounidense Bill Clinton durante el caso de Monica Lewinsky, son malas. Pero lo peor es la falsedad, que afecta al fondo de las personas y sus actitudes esenciales (como puede verse en la actitud del presidente George W. Bush durante los cinco años de la guerra de Irak). Y lo peor de todo es la mendacidad, que puede impregnar vidas enteras. Según Martín Lutero, una mentira necesita otras siete para poder parecerse a la verdad o tener aspecto de verdad.

Ahora bien, por supuesto que también existen políticos y estadistas honrados. Yo conozco a unos cuantos. Además de la virtud de la sinceridad, tienen que practicar la sagacidad. Sobre todo, deben ser perspicaces, inteligentes y perceptivos, estrategas hábiles e ingeniosos y, si es necesario, astutos y ladinos, pero no maliciosos, intrigantes ni canallas.

Deben saber cuándo, dónde y cómo hablar... o callarse. No todos los circunloquios y exageraciones son mentiras en sí mismos. No hay duda de que, en determinadas situaciones, puede haber conflictos de responsabilidades en los que los políticos deben decidir de acuerdo con su propia conciencia.

"Muchas veces era difícil: no podíamos decir toda la verdad y, con frecuencia, debíamos ocultarla o permanecer callados", me dijo el ex presidente estadounidense Jimmy Carter tras una sesión del Consejo Interacción. Y me impresionó profundamente cuando añadió: "Pero, durante mi mandato, en la Casa Blanca no mentimos nunca".
Hans Kung es catedrático emérito de Teología Ecuménica en la Universidad de Tubinga (Alemania) y presidente de la Global Ethic Foundation (www.global-ethic.org).
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

9 de febrero de 2009

A propósito de la crisis

Ya van varias semanas en las que los medios de comunicación de todo el mundo hablan de la crisis. Aquí en Coahuila ya van varias plantas que han cerrado o están a punto de cerrar por la crisis: 1250 trabajadores de na planta contructora de carros de ferrocarril; varias armadoras de carros han reducido jornadas de trabajo (General Motors y Chrysler). La realidad es que esta situación nos ha alcanzado, y según algunos no nos va a rebasar como país, eso es fácil de decir si tienes asegurado tu trabajo, si ganas más de 100 mil al mes y si eres político, ¡JA!

Pero también oímos hablar de crisis en los valores, en la situación de la familia, en las relaciones afectivas (algunos las califican de frívolas, pasajeras, superficiales, interesadas, hedonistas), crisis de seguridad, ¡hasta de crisis de identidad personal! Creo que lo que más daño nos puede hacer en este caso es que nos acostumbremos a ella, si llegamos a ver la crisis como normal deja de ser crisis y pasa a ser un estado habitual, ¿me explico? Una persona que siente un dolor y no hace nada por él (ir al doctor, tomarse una medicina, buscar un remedio) se acostumbra a él y pasa a ser un estado habitual, ya no le llama la atención, ¿has oído decir a alguien "lo que pasa es que siempre me duele la cabeza antes del examen"? Ya ve habitual esa situación, es normal, ya no le llama la atención. Un dolor, una crisis (familiar, personal o del tipo que sea) es un aviso de que algo no anda bien. Es triste ver a personas que ya están habituadas a vivir con la crisis, con el dolor, la depresión, la fatiga, la monotonía etc., pero es más triste que vivan cerca o con nosotros, ¿cómo ayudar a que salgan de esa lamentable situación? En ocasiones nos contentamos con mantenernos al margen, y si no podemos ayudar, al menos evitar que nos "contagien".

En las vacaciones de diciembre estando en Victoria fui a Tampico nada más a comprar mariscos al mecado de "La puntilla", en el Cascajal, y pasando por la casa me encontré con un texto que apareció en el periódico Milenio, según el desplegado (media página) el autor es Albert Einstein.

La verdadera crisis: la incompetencia.
“No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar ‘superado’. Quien atribuye a la crisis sus fracasos y sus penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones. La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia. El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar salidas y soluciones. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia. Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar por superarla.
Creo que estas ideas nos pueden ayudar a entender un poco mejor el sentido de la crisis en el sentido en que la queramos contemplar. Desconozco el contexto de Einsten a pronunciar estas palabras, pero me hacen pensar en la manera en la que enfrento mis experiencias de vida. ¿Cómo pretendo que las cosas (los demás, mi esposa, mis hijos, mis compañeros de trabajo, mis amigos, mis alumnos, mi contexto) cambie si no cambio yo? Es muy fácil, y muy infantil e inmaduro, buscar las soluciones sin comprometerme, dejándoles a los demás la responsabilidad de mi vida, tal y como lo hace un niño con sus papás.
Algunos hemos llegado a decir "yo necesito estar bajo presión para trabajar mejor": qué necesidad de sentirme presionado para hacer las cosas que sé que están bajo mi responsabilidad, y que, irremediablente, tengo que hacer.
Es en estos casos de crisis donde puedo demostrarme que puedo vencer cualquier problema o situación "adversa", ¿cualquiera?, sí, cualquiera, lo que necesito, en dado caso, es estar en esa situación y sacar, por la buena, lo mejor de mí. MD

2 de febrero de 2009

¿Propósitos o Deseos de Año Nuevo?

Casi todos, y creo no estar equivocado, al inicio del año pensamos en lo que esperamos del año que vamos a iniciar. Además los medios contribuyen a que “nos veamos obligados” a hacer planes.

Es más, hasta en las platicas informales con compañeros, amigos y familiares: “¿ya tienes tus propósitos de año nuevo?”, como si fuera obligación, pobre de ti que digas que no, pues los “¡cómo es posible!” se multiplican hasta el hartazgo. Pues bien, ¿es necesario hacer propósitos de cosas que sabemos que necesitamos? Pues sí, ya que las cosas no se dan por sí mismas, al menos eso me pasa a mí, las cosas que en verdad valen la pena en mi vida las tengo que conseguir, necesito esforzarme, trabajar en ello, tal vez hacer un plan por escrito, por qué no, o al menos, tenerlo presente de una forma física, como un recado en mi escritorio, una nota en la computadora, una alarma en el celular.

La verdad es que a mí en lo particular, me caen gordos eso de los propósitos de año nuevo, ojo, no los propósitos o los compromisos que hago con quien sea (conmigo, con mi familia y esposa, en mi trabajo). Me cae gordo que sean “de año nuevo”, ¿por qué no se habla de propósitos de Semana Santa?; ¿o propósitos de tal o cuál fecha? Ya sé esto de los propósitos es en la idea de un nuevo ciclo, de un cambio de vida en un cambio de año. En este caso creo que es más significativo hacer propósitos con motivo del cumpleaños, o en conmemoración de un aniversario…el que sea.

El otro día leí, o escuché, no recuerdo, un comentario con respecto a los “propósitos de año nuevo”. Muchas personas hacen sus “propósitos”, que más bien parecen una lista de imposibles, digo, dadas ciertas circunstancias: dejar de fumar, bajar de peso, hacer ejercicio, empezar la dieta, controlar la tarjeta…muchos de ellos se quedan, la mayor parte de las veces, en buenos, excelentes, innegables deseos, pero a fin de cuenta, sólo eso: deseos. Claro que en realidad deseamos dejar de fumar…en realidad deseamos bajar de peso o iniciar la dieta, ¡vaya que lo deseamos!, pero como eso, como un deseo; algo así como los chistes de genios, o como desear ir a Italia, de la misma manera que lo deseé el año pasado.
Los deseos son parte de la fantasía, del niño que llevamos dentro, eso: ser niños; los niños desean, y desean muchas cosas. Eso parecen lo que la mayoría de nosotros hacemos como propósitos de año nuevo (cuando hacemos, ACLARO), muy pocos de esos “propósitos” son en realidad propósitos, es decir, no porque los decimos se convierten, como por arte de magia, de una fuerza esotérica superior, o una energía cósmica que rige el universo…los propósitos se convierten en tales cuando ponemos los medios para llevarlos a cabo, cuando nos comprometemos a hacerlos. A fin de cuenta, ¿cuál es la diferencia entre ser niño o adulto? No es la edad, ya sabemos que debemos “ser niños”, pero en otro sentido… definitivamente no es algo cronológico; los niños creen que las cosas ocurren solas (cuando le digo a mi hijo que no tengo dinero, tranquilamente me dice: “vamos al cajero del banco, mete tu tarjeta y pídele unos billetitos, nada más lo necesario para comprar eso que te pedí!”). Los niños se sientan a esperar a que las cosas sucedan…los niños desean….los adultos se proponen, hacen que las cosas sucedan, ponen los medios, y si no los ponen, los aceptan; en caso contrario es un adolescente rebelde en un cuerpo de adulto que se niega a comprometerse en el desarrollo de su propia vida
Así pues, querido amigo o amiga, ya está iniciado el segundo mes de este 2009, ¿hiciste algún “propósito” para este año? ¿o sólo fue un buen deseo? Aún es tiempo de llevar ese “buen deseo” a ponerle medios para conseguirlo y ponerlo en práctica.

1 de febrero de 2009

Renudando

Pues sí, hace un año inicié este blog con el "deseo" de tener un espacio en el cuál escribir mis reflexiones, colocar una foto, un artículo interesante encontrado en el periódico, o en internet, una comentario sobre una película, un libro o algo que acaba de pasar en mi vida.

Sea, pues, un espacio para estar en contacto. Tal vez a algunos les parezca ya anticuado tener un blog, ¡cuando en Facebook puedo tener eso y más! La verdad es que no me he metido mucho en esa página y por lo pronto aquí esta. Quién sabe y en un tiempo me mude a Facebook, ya tengo mi cuenta, pero no la frecuento demasiado.

Reanudemos amigos, la presencia y el diálogo, que es una de las cosas que nos hace humanos, personas.