30 de agosto de 2011

¿Sabemos lo que nos motiva?


Cuanto más aprendemos, más evolucionamos. Cada uno de nosotros se encuentra a sí mismo en su propio proceso evolutivo en el que cambian necesidades y motivaciones.

Para la gran mayoría de culturas milenarias, la mariposa representa la metamorfosis. Lo cierto es que la ciencia contemporánea ha comprobado que es el único ser vivo capaz de modificar totalmente su estructura genética. El ADN de la oruga que se envuelve en la crisálida es diferente al de la mariposa que sale de él. De ahí que este proceso natural se haya convertido en el símbolo del cambio y la transformación.

Muchos solemos estancarnos en alguna fase del aprendizaje, sin convertirnos en lo que podríamos llegar a ser.

A medida que aprendemos de nuestros errores, avanzamos hacia convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos

Y entonces, ¿qué es mejor? ¿La oruga, la crisálida o la mariposa? No hay mejor ni peor. Simplemente son diferentes estadios en el camino de la evolución. Y por estadios nos referimos a "las etapas o fases que forman parte de cualquier proceso de desarrollo o transformación". Lo mismo sucede con la especie humana. Cada uno de nosotros se encuentra en un estadio evolutivo que no es ni mejor ni peor que el del resto de seres humanos.

Como las orugas, estamos llamados a seguir un proceso natural de evolución. Se realiza por medio del aprendizaje que podemos extraer de nuestras experiencias. Consciente o inconscientemente, todos avanzamos a nuestro propio ritmo y siguiendo nuestras propias pautas. Eso sí, muchos solemos quedarnos estancados en alguna fase de este camino de aprendizaje, sin convertirnos en quienes podríamos llegar a ser.

LA ESPIRAL DE LA MADUREZ "Resistirse al cambio es ir en contra del fluir natural de la vida"
(León Tolstói)
Este proceso evolutivo no tiene nada ver con la edad física, sino con la madurez psicológica. Se sabe de individuos que al llegar a la edad adulta siguen adoptando actitudes y conductas infantiles y adolescentes. Y también de jóvenes que han asumido las riendas de su vida, dejando de culpar a los demás por las consecuencias que tienen sus decisiones y sus actos.

Cuanto menor es nuestra evolución, más egocéntricos, victimistas, ignorantes e inconscientes somos. Y como consecuencia, más sufrimos, luchamos y entramos en conflicto con los demás. Por el contrario, cuanto mayor es nuestra evolución, más altruistas, responsables, sabios y conscientes somos. Y por ende, más felices nos sentimos y mayor es nuestra capacidad de amar y de servir a los demás. A este proceso de cambio se le conoce como "la espiral de la madurez". En la medida que aprendemos de nuestros errores, vamos avanzando por el camino que nos permite convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.

LA PIRÁMIDE DE MASLOW "La satisfacción de una necesidad crea otra" (Abraham Maslow)
Según la pirámide de Maslow -creada por el psicólogo humanista Abraham Maslow-, los seres humanos compartimos necesidades que dan lugar a motivaciones. La principal es nuestra necesidad de "supervivencia física", que incluye motivaciones fisiológicas, de protección y de seguridad. A nivel emocional, también necesitamos mantener "relaciones sociales" con otros seres humanos. En este punto, nuestra motivación consiste en compartir tiempo y espacio con personas cuyas creencias, valores, prioridades y aspiraciones sean similares a las nuestras. Por eso solemos agruparnos en familias, cultivar vínculos de amistad o formar parte de organizaciones sociales, profesionales, políticas, religiosas... Queremos pertenecer a un colectivo con el que sentirnos identificados.

En este sentido, también buscamos ser queridos y aceptados. Está en juego la valoración que los demás tienen de nosotros. Y es precisamente esta necesidad la que nos mueve a diferenciarnos emocionalmente del resto de miembros que componen nuestro grupo social, construyendo nuestra propia personalidad. Y puesto que solemos asociar lo que somos con lo que tenemos, y lo que tenemos con lo que valemos, en general basamos nuestra autoestima en aspectos externos como el estatus, el poder, la riqueza material, el éxito o la belleza.

EL 'CLIC EVOLUTIVO' "Las cosas no cambian, cambiamos nosotros" (Henry David Thoreau)
Todas estas necesidades -de supervivencia física, de relaciones sociales y de valoración- gozan de protagonismo en nuestra existencia cuando nos guiamos por nuestro instinto de conservación físico y emocional. No en vano, la función del egocentrismo es garantizar nuestra preservación como seres humanos. De ahí que nos lleve a fijar el foco de atención en cuestiones externas, orientándonos a saciar nuestro propio interés. Eso sí, en la medida que vamos cubriendo estas necesidades se produce un punto de inflexión. Un clic evolutivo que provoca la aparición de nuevas necesidades y motivaciones. De pronto surge la necesidad de autoconocimiento. Principalmente porque intuimos que más allá de nuestro falso concepto de identidad -la máscara creada con las creencias con las que hemos sido condicionados por la sociedad- podemos reconectar con nuestra esencia.

En base a esta nueva necesidad, nuestra mayor motivación consiste en orientarnos a la transformación. De ahí que empecemos a centrar la mirada en nuestro interior. Así comprendemos que nuestra autoestima no tiene nada que ver con los aspectos externos, sino con la valoración que tenemos de nosotros mismos. Al respetarnos y amarnos, comenzamos a cultivar una serie de fortalezas como la humildad, la confianza y la libertad. El signo más evidente de que vivimos desde nuestra verdadera esencia es que ya no dependemos de lo que piensen los demás ni perdemos el tiempo alimentando miedos e inseguridades. Confiamos en la vida. La pregunta que aparece es: "¿Para qué estamos aquí?".

ORIENTACIÓN AL BIEN COMÚN "Buscando el bien de nuestros semejantes encontramos el nuestro" (Platón)
Con la finalidad de encontrar nuestro lugar en el mundo, iniciamos una búsqueda personal que nos abre las puertas a lo desconocido. De pronto sentimos la necesidad de entrenar el músculo del altruismo, encaminando nuestra existencia hacia el bien común. Así es como surge la motivación de trascendencia. Ya no pensamos en términos de empleo o de carrera profesional. Lo que buscamos es alinearnos con una misión que vaya más allá de nosotros mismos.

Al habernos resuelto emocionalmente, ya no nos movemos desde la carencia, sino desde la abundancia. Y esta nos inspira a entrar en la vida de los demás con vocación de servicio. Nuestra motivación es ser útiles. Así comprendemos que nosotros no somos lo más importante, sino lo que ocurre a través nuestro. Es entonces cuando amamos lo que hacemos y hacemos lo que amamos. En este estadio evolutivo surge la última de las necesidades humanas: la de unidad. Ya no solo aceptamos y respetamos al resto de seres humanos tal y como son, sino que extendemos este respeto a la naturaleza y al resto de seres vivos. Si bien pensamos de forma global, actuamos localmente. Por medio de esta conciencia ecológica hacemos lo posible para que nuestro paso por la vida deje tras de sí una huella útil, amorosa y sostenible.

El valor de un ser humano
Un joven discípulo preguntó a su maestro: "¿Cuál es el valor de un ser humano?". El sabio sacó un diamante del bolsillo y le dijo: "Ofrece esta piedra a diferentes comerciantes del mercado y me cuentas qué tal te ha ido". Primero entró en una frutería, y el frutero le dijo: "Te lo cambio por un racimo de uvas". Más tarde, un carpintero le dijo: "Te ofrezco tres trozos de madera". Fue a una bisutería, donde le cambiarían cien monedas de oro. Y finalmente, el discípulo visitó la mejor joyería de la ciudad. El joyero afirmó: "Me encantaría poder comprártelo. Pero este diamante es tan valioso que no tiene precio".

El joven regresó con la piedra preciosa y le explicó a su maestro lo que le acababa de ocurrir. Sonriente, el sabio concluyó: "Al igual que sucede con esta piedra, para el que sabe ver, el valor de un ser humano es inconmensurable".

Tomado de El País.
BORJA VILASECA 07/08/2011

8 de agosto de 2011

Los Propósitos del verano


Con la llegada de las vacaciones nos planteamos propósitos para el resto del año. ¿Por qué no los cumplimos después?
 
Las olas del mar, la blanquísima arena y la sombra de la palmera formaban el decorado de la discusión entre Paco y Carmen. En esa playa de Cuba, el matrimonio pasaba sus vacaciones y daba vueltas a lo que les acababan de ofrecer: vacaciones a tiempo compartido. Pagando una suma que les parecía un chollo, podían pasar una semana de vacaciones en lugares paradisiacos como aquel durante muchos años. Parecía una buena oferta, pero tenían que decidirse "ya". El vendedor les apremiaba. Es la estrategia, ya que se sabe que el ambiente vacacional nos hace ver las cosas de un modo diferente y por eso fuerzan a los potenciales clientes a decidirse en pleno relax veraniego.
"El día tiene 24 horas. Si vamos a tope, ¿de dónde sacaremos tiempo para nuevas metas? Antes de anotar hay que vaciar la agenda"
"Cuando nuestras neuronas están tomando el sol tienen ideas excelentes. Pero de vuelta a la oficina olvidamos los objetivos marcados"

Cuando nuestras neuronas están tomando el sol, se convierten en excelentes creativas. Y disfrutan pintando hermosas metas. Pero las mismas neuronas ya no son las mismas de vuelta a la oficina. Los maravillosos objetivos propuestos ya no parecen tan factibles y en el peor de los casos se han olvidado. He aquí otro de los enigmas de la especie humana: ¿Por qué nos planteamos objetivos que en la mayoría de los casos no cumplimos?

Dos personas en una - Encuentro tanta diferencia entre yo y yo mismo como entre yo y los demás (Michel Eyquem de Montaigne)
Quizá en lo más profundo de nuestras entrañas existe un interruptor que al apretarse somos de una manera y al volverse a pulsar cambiamos de identidad. Quizá somos dos en uno. El yo de vacaciones y el yo trabajador. Quizá estas dos personas no se comuniquen muy bien...

"Es como si me cambiara el chip". Esta frase la he oído en muchas ocasiones cuando alguien me explica que no entiende cómo su comportamiento varía de un momento a otro. Los casos de "cambio de chip" más extremos se dan en las personas que sufren trastorno de personalidad múltiple o de identidad disociativo. En un mismo sujeto, una vez toma las riendas una identidad y de repente otra se las arrebata.

Estos casos son extremos, pero todos notamos cómo nuestra forma de ver las cosas o de actuar puede variar sin saber muy bien por qué. Lo que en verano vemos claro, en invierno lo percibimos oscuro. Dentro de la psicología se ha descrito un fenómeno que nos puede ayudar a entender: "Aprendizaje dependiente del estado". Significa que en muchos casos los organismos recuperan mejor la información si están en el mismo estado físico (estado de ánimo, fatiga o drogas) que cuando se realizó la codificación. Por ejemplo, si un grupo de personas aprende un listado de palabras bajo los efectos del alcohol, la recordarán mejor cuando vuelvan a estar ebrias.

Desterrando lo importante - Lo que es más importante está enterrado bajo capas de problemas apremiantes y preocupaciones inmediatas (Stephen Covey)
Si analizamos el estado de nuestro organismo durante las vacaciones y durante el resto del año, encontraremos diferencias: nuestras rutinas, lo que comemos, el ejercicio que practicamos, nuestro estado de ánimo... Esto podría explicar que nuestros retos propuestos durante la calma veraniega, nuestro cuerpo de invierno ni los recuerda, o, si lo hace, le parecen una idea que proviene de lejos.

Parece que tendríamos que ir tendiendo un puente entre nuestro yo vacacional planeador de objetivos y nuestro otro yo. Una vía de comunicación podría ser el lápiz y el papel. Cuando planeamos un proyecto de trabajo o la compra, normalmente lo anotamos todo. Sin embargo, nuestros objetivos vitales los dejamos en manos de nuestra memoria cambiante. El yo programador tendría que anotarlo todo para que el otro pudiera leerlo.

El yo vacacional en algunos aspectos funciona de una manera óptima. Ve con más claridad lo esencial. Lo urgente, que suele ser lo que nos mantiene más ocupados durante el año, no le importa mucho y detecta con lucidez lo importante. Desde ese relax, donde lo apremiante de la vida diaria se ha vuelto inexistente, conectarse al corazón resulta más fácil.

Sin embargo, ese mismo relax puede ser un inconveniente para planificar objetivos. Cuando tenemos hambre es un mal momento para ir a comprar comida porque adquirimos más de la cuenta. Cuando estamos descansados es un mal momento para establecer metas porque al estar cargados de energía sobrevaloramos nuestras capacidades y no somos realistas (pensamos en apuntarnos al curso de inglés, practicar más ejercicio, hacer régimen, salir más con los amigos...). Tenemos que ser conscientes de que las energías que nos cargan en verano no son las mismas durante la vida cotidiana. Que un objetivo sea realista suele depender sencillamente de los plazos.

El día tiene 24 horas. Si normalmente vamos a tope, ¿cómo tendremos tiempo para dedicar a las nuevas metas? No podemos anotar más en nuestra agenda sin antes vaciarla. Así que recordemos planificar objetivos "de quitar" asuntos. Dejar de hacer no es fácil. Nos parecerá imposible cambiar un tipo de vida al que estamos muy acostumbrados. Para conseguirlo tenemos que escarbar muy adentro y así descubrir qué nos impide dejar algunas actividades. Si pudiéramos detectar qué son autoexigencias y qué hacemos por agradar o sentirnos queridos, daríamos un gran paso. Quizá el yo vacacional que se encuentra más descansado está en mejores condiciones para ahondar a este nivel.

Más allá de los objetivos - Desear cosas es bueno siempre y cuando no te enfades si no las consigues  (Celine en 'Antes del atardecer')
Si suponemos que somos dos personas: una llena de energía y creativa, y la otra inmersa en la urgencia del día a día, está claro que si la primera planea una serie de objetivos, lo tiene que programar todo muy detalladito y fácil para que la otra pueda llevarlo a cabo. El objetivo tiene que estar formulado en términos específicos. Nuestro objetivo no debe ser "haré más ejercicio", sino "iré al gimnasio tres veces por semana". El yo vacacional debe pensar el cómo, el cuándo, el dónde, el con quién. Y lo más importante, visualizar al detalle el primer paso y anotarlo en la agenda.

Meses atrás asistí a un curso de motivación y objetivos. El profesor nos pedía que anotáramos en un papel nuestros objetivos para el próximo año. También debíamos apuntar las barreras que dificultaban llegar a ellos y los beneficios que suponía conseguirlos. Los ejercicios que nos proponía realmente hacían reflexionar de una manera dirigida, pautada y, por tanto, más fructífera. Aprendí mucho y me encantó.

Solo hubo un ejercicio que no me pareció apropiado. Nos pidió que nos visualizáramos a nosotros mismos sin conseguir el objetivo, que experimentáramos la tristeza y todo lo negativo que significaría. Argumentó que visualizar lo negativo también es un gran impulso porque actuamos para huir de ello. Quizá sí, pero es dañino. Porque vivir visualizando cosas negativas no es agradable. Una cosa es prepararnos por si las cosas no salen como queremos, pero la otra es recrearnos en sentimientos negativos para que nos den impulso.

Lo más peligroso de esta estrategia es que nos programamos para pensar que solo seremos felices si conseguimos nuestro objetivo. Esto es, hacemos depender nuestra felicidad de unas metas concretas. Las palabras de Ramón Bayés en su libro Un psicólogo en busca de la serenidad no lo pueden expresar mejor: "Podemos tener ilusiones, hacer proyectos, tener expectativas, vivir a veces en el presente de las cosas futuras siempre que eliminemos de dicho futuro el condicional; por ejemplo, seré feliz solo si mis ilusiones se hacen realidad, si mis proyectos se cumplen, si mi enfermedad desaparece, si...".

Las metas pueden alumbrarnos, señalarnos por dónde hemos de andar, pero también pueden descargar envolventes sombras sobre nuestro camino. Ocurre cuando solo nos fijamos en ellas y no apreciamos por dónde caminamos. Así que, objetivos aparte, no nos olvidemos de saborear las noches de verano y sus días.

Conseguir los propósitos
1. PELÍCULAS- 
'En busca de la felicidad', de Gabriele Muccino
'La leyenda de Bagger Vance', de R. Redford 
'Rocky', de John G. Avildsen.

2. LIBROS
 'Los siete hábitos de la gente altamente efectiva', de Stephen R. Covey (Paidós, 1997)
'Jugar con el corazón', de Xesco Espar (Plataforma, 2010)
'Coaching para vivir. Aprende a organizarte y a ser más asertivo', de Michael Neenan y Windy Dryden (Paidós, 2011).

Tomado de El País.
JENNY MOIX 31/07/2011

4 de agosto de 2011

Vivir sin máscaras

"¿Qué más da lo que piense la gente? La opinión de otras personas solo tiene importancia si nosotros se la concedemos"

"En vez de mostrarnos auténticos, honestos y libres, solemos interpretar un personaje que es del agrado de los demás"

Estamos tan condicionados para pensar y comportarnos de una determinada manera que en la sociedad actual ser auténtico es un acto casi revolucionario.

Se cuenta que un reconocido y anciano catedrático de psicología llevaba décadas investigando acerca de la epidemia de vacío existencial y de sinsentido vital que padecían la mayoría de seres humanos. Si bien solía proyectar ante los demás una imagen de seriedad y seguridad, en soledad reconocía sentirse triste y confundido. No acababa de comprender por qué, a pesar de seguir al pie de la letra todo lo que el sistema le decía que tenía que hacer para lograr éxitos y riquezas materiales, en el fondo de su corazón se sentía tan pobre y vacío.

Y así siguió hasta que una mañana entró en una concurrida cafetería y pidió una manzanilla. Seguidamente, la joven camarera cogió una bolsita prefabricada con una mano y un cuenco lleno de ramitas y hojas secas con la otra. Y muy amablemente le preguntó: "¿Cómo la quiere: normal o natural?".
 
Sorprendido, el catedrático señaló el cuenco con hojas secas. Y mientras se estaba tomando la infusión, obtuvo la revelación que llevaba décadas buscando. Se abalanzó sobre la camarera y le dio un sonoro beso de agradecimiento. Entusiasmado, le dijo: "¡En esta sociedad lo normal no tiene nada que ver con lo natural!". Y salió con una sonrisa de oreja a oreja, como si hubiera encontrado un tesoro.

La sociedad contemporánea se ha convertido en un gran teatro. Al haber sido educados para comportarnos y actuar de una determinada manera, en vez de mostrarnos auténticos, honestos y libres -siendo coherentes con lo que en realidad somos y sentimos-, solemos llevar una máscara puesta y con ella interpretamos a un personaje que es del agrado de los demás. Si bien vivir bajo una careta nos permite sentirnos más cómodos y seguros, con el tiempo conlleva un precio muy alto: la desconexión de nuestra verdadera esencia. Y en algunos casos, de tanto llevar una máscara puesta, nos olvidamos de quiénes éramos antes de ponérnosla.

Lo cierto es que algunos sociólogos coinciden en que en nuestra sociedad ha triunfado el denominado "pensamiento único". Es decir, "la manera normal y común que tenemos la mayoría de pensar, comportarnos y relacionarnos". Así, al entrar en la edad adulta solemos ser víctimas de "la patología de la normalidad". Esta sutil enfermedad -descrita por el psicoterapeuta alemán Erich Fromm- consiste en creer que lo que la sociedad considera "normal" es lo "bueno" y lo "correcto" para cada uno de nosotros, por más que vaya en contra de nuestra verdadera naturaleza.

LA ELOCUENCIA DE LA VANIDAD - Dime de qué presumes y te diré de qué careces" (refrán popular)
A pesar del malestar generalizado, solemos priorizar el "cómo nos ven" al "cómo nos sentimos". Tanto es así que para muchos la pregunta de cortesía "¿cómo estás?" supone todo un incordio. La mayoría nos limitamos a contestar mecánicamente: "Bien, gracias". Y en caso de no poder escaquearnos, enseguida redirigimos la conversación hacia cualquier "charla banal". Es decir, la utilizamos para fingir que nos estamos comunicando, cuando en realidad lo único que estamos haciendo es llenar con palabras un potencial silencio incómodo.

En este contexto social, algunos individuos ocultan sus miserias y frustraciones tras una fachada artificial que seduzca e impresione a los demás. La paradoja es que cuanto más intentamos aparentar y deslumbrar, más revelamos nuestras carencias, inseguridades y complejos ocultos. De hecho, la vanidad no es más que una capa falsa que utilizamos para proyectar una imagen de triunfo y de éxito. Es decir, la máscara con la que en ocasiones cubrimos nuestra sensación de fracaso y vacío. Si lo pensamos detenidamente, ¿qué es la "respetabilidad"? ¿Qué es el "prestigio"? ¿Qué es el "estatus"? ¿Qué tipo de personas lo necesitan? En el fondo no son más que etiquetas con las que cubrir la desnudez que sentimos cuando no nos valoramos por lo que somos.

En este sentido, ¿qué más da lo que piense la gente? De hecho, ¿quién es la gente? Nuestra red de relaciones es en realidad un espejismo. En cada ser humano vemos reflejada nuestra propia humanidad. Por eso se dice que los demás no nos dan ni nos quitan nada; son espejos que nos muestran lo que tenemos y lo que nos falta. La gente no nos ve tal y como somos, sino como la gente es. O como dijo el filósofo Immanuel Kant, "no vemos a los demás como son, sino como somos nosotros". De ahí que la opinión de otras personas solo tiene importancia si nosotros se la concedemos.

DEJAR DE FINGIR "La verdad que nos libera suele ser la que menos queremos escuchar" (Anthony de Mello)
Un leoncito apenas recién nacido se quedó rezagado y se perdió, pero un grupo de ovejas se cruzó en su camino y le adoptó como un miembro más de su rebaño. El animal creció convencido de que era una oveja, aunque, por más que tratara de balar, solo lograba emitir débiles y extraños rugidos; y por más que se alimentara de hierba, cada vez que veía a otros animales sentía el deseo de devorar su carne. Y por ello, a diferencia del resto de ovejas, que pastaban plácidamente, el felino solía estar angustiado y triste.

Los años pasaron y el animal se convirtió en un león corpulento y fiero. Y una mañana, mientras el rebaño descansaba a orillas de un lago, apareció un león adulto. Todas las ovejas huyeron despavoridas. Y lo mismo hizo el león que creía ser una oveja, que enseguida quedó a merced del león adulto. Nada más verlo, el león cazador no pudo evitar su sorpresa al reconocer a uno de los suyos. Y sorprendido, le preguntó: "¿Qué haces tú aquí?". Y el otro, aterrorizado, le contestó: "Por favor, ten piedad de mí. No me comas, te lo suplico. Solo soy una simple oveja". "¿Una oveja? Pero ¿qué dices?". El león adulto arrastró a su camarada a orillas del lago y le dijo: "¡Mira!". El león que creía ser una oveja miró, y por primera vez en toda su vida se vio a sí mismo tal como era. Sus ojos se empaparon en lágrimas y soltó un poderoso rugido. Acababa de comprender quién era verdaderamente. Y nunca más volvió a sentirse triste.

SEGUIR NUESTRA VOZ INTERIOR "No dejéis que el ruido ahogue vuestra propia voz interior. Ella ya sabe lo que vosotros realmente queréis ser" (Steve Jobs)
No importa quiénes seamos, qué decisiones tomemos o cómo nos comportemos. Hagamos lo que hagamos con nuestra vida, siempre tendremos admiradores, detractores y gente a quien resultemos indiferentes. Pero entonces, si nuestras relaciones se sustentan sobre este juego de espejos y proyecciones, ¿por qué fingimos? Seguramente por nuestra falta de confianza y autoestima.
Para cultivar una sana relación de amistad con nosotros mismos, lo único que necesitamos es modificar la manera en la que nos comunicamos con nosotros a través de nuestros pensamientos. Solo así podremos aceptarnos, respetarnos y amarnos por el ser humano que somos, con nuestras cualidades, virtudes, defectos y debilidades. Lo demás son comentarios, ruido que hace la gente para no escuchar su propio vacío. Lo que está en juego es nuestra libertad para ser "auténticos"; convertirnos en quienes verdaderamente somos, siguiendo los dictados de nuestra propia voz interior. Eso sí, debido a las múltiples capas de cebolla con las que hemos sido condicionados, hoy día ser uno mismo es un acto revolucionario.

Para llegar a ser natural
1. LIBRO
'El retrato de Dorian Gray', de Oscar Wilde (Alianza). Un novela provocadora que cuestiona y desenmascara la hipocresía inherente en nuestras relaciones, poniendo de manifiesto -tal como afirmó el filósofo alemán Friedrich Nietzsche- que "la mentira más común es la que nos contamos a nosotros mismos".

2. PELÍCULA
'American beauty', de Sam Mendes. Protagonizada por Kevin Spacey y Annette Bening, esta película muestra la importancia que la sociedad occidental concede a la imagen, el estatus y el éxito, lo que a su vez genera la construcción de identidades falsas y relaciones distorsionadas, marcadas por el conflicto, la lucha y el sufrimiento.

3. CANCIÓN
'Firework', de Katy Perry. Esta canción es una invitación a descubrir y reconectar con "la luz, la autenticidad y la grandeza" que anidan en nuestro interior, de manera que nos atrevamos a desplegar todo nuestro potencial.

Tomado de El País
BORJA VILASECA 03/07/2011