28 de julio de 2011

¿Qué nos dice el espejo?


¿Qué imagen nos devuelve? Seamos comprensivos con nosotros mismos. Valoremos el conjunto para evitar obsesionarnos. Y, por favor, siempre una sonrisa.

Llegaba tarde al instituto, pero eso a Montse no le impedía realizar su torturante ritual matutino: báscula y espejo. Mientras escudriñaba su imagen desnuda en aquel espejo enorme, se iba palpando todas sus michelines, "llantitas", sobre todo los de la barriga y los muslos. Esos cúmulos de grasa significaban sólidas barreras entre ella y la felicidad. Su madre entró en la habitación cuando ya le empezaban a caer las lágrimas. Y también lloró. Contemplar a su hija, un auténtico esqueleto, sufrir por unos michelines, "llantitas", creados por su cabeza le estrujaba el corazón.

"Si nos miramos fijamente a los ojos pensando que somos el que nos está mirando, podemos experimentar vértigo de identidad"

Las personas que sufren anorexia no son las únicas que distorsionan la imagen que les devuelve el espejo; a las que padecen trastorno dismórfico corporal (TDC) les ocurre algo parecido. Se preocupan por defectos mínimos o imaginarios sobre todo de su rostro. Su angustia es tal que necesitan un tiempo infinito ante el espejo para arreglarse, tanto que puede resultar paralizante.

Las patologías suelen ser la versión exagerada de lo que nos sucede al resto. Por ello, a otro nivel, siempre nos podemos sentir en algún punto identificados. A menudo, con nuestra imagen somos muchísimo más exigentes nosotros que los demás. Cuando nos encontramos un amigo que hace años que no vemos, una frase bastante típica es: "¡Pero si estás igual!". Y la respuesta suele ser: "¿Igual? ¡Pero qué dices!". Este desencaje entre una visión y otra se debe a que una es una visión detallada y la otra una mirada global. Al mirarnos en el espejo, nuestros ojos son mucho más analíticos: la arruguita, las ojeras, el grano...En cambio, el que nos mira capta más la esencia, lo global. De hecho, los humanos somos muy buenos y muy rápidos identificando rostros (ya querrían los ordenadores conseguir nuestra pericia) y justamente lo somos porque no nos paramos a escudriñar cada detalle, sino que obtenemos una visión general.

Hablando con mi madre de los espejos, me comentaba que cuando se arregla las cejas coge un espejo de aumento y sale al patio donde hay muchísima luz: "Me veo horrible, tantas arrugas" . Por eso cuando acaba, siempre va a mirarse a su espejo del cuarto de baño, "allí me miro y me veo mucho mejor y ya me quedo más tranquila". Con este simple comportamiento cotidiano me regaló un claro ejemplo de la diferencia entre la visión global y la pormenorizada. Dijéramos que para ella la impresión general que le devuelve su espejo es una terapia necesaria después de pasar por la imagen detallada del espejo de aumento. No dejemos que nuestros ojos se conviertan en una especie de espejo de aumento.

Me gustó oír a una amiga mía comentarme: "Yo cuando me arreglo intento mirarme en general; luego me digo: pues no estoy mal, y me marcho tan contenta". Teniendo en cuenta que la mayoría de nosotros compartimos el ritual matinal del espejo, si ese ratito todos lo viviéramos con un tono más animoso, ¡sumaríamos muchas ondas positivas!

Si nos analizamos desde fuera, los humanos somos realmente graciosos. Por lo general, antes de marcharnos de casa nos arreglamos el pelo, nos alisamos la camisa, nos lanzamos una última mirada en el espejo y esa es la imagen que nos llevamos. Cuando en realidad al poco rato ya solemos estar despeinados, arrugados..., pero eso da igual si la imagen que conservamos es la del espejo.

Cuando estamos ante el espejo, solemos adoptar posturas para vernos mejor. Como ponernos erguidos, esconder la barriga, sacar pecho... Algunas personas ponen "cara de espejo". Esto es, una cara que solo la ponen ante el espejo.

El fenómeno del espejo es curioso. Algunas personas pueden practicar ante él una declaración de amor. Otras lo pueden utilizar para aumentar la excitación sexual cuando están con su pareja. El espejo tiene múltiples utilidades. Una abogada me contaba que ella se sacó la carrera de Derecho gracias al espejo. En su habitación, su mesa de estudio era un antiguo tocador de su madre. Así, cuando levantaba la cabeza del libro se veía y se preguntaba la lección a sí misma. Cuando su madre decidió modernizarle la habitación, le sacó el tocador y ella no podía estudiar. Obviamente, colocó otro.

LA IDENTIDAD
"Los espejos, antes de darnos la imagen que reproducen, deberían reflexionar un poco" (Jean Cocteau)
Si nos ponemos ante un espejo y nos miramos fijamente a los ojos durante un rato pensando intensamente que somos el que nos está mirando al otro lado, podemos experimentar un vértigo de identidad.

Los humanos somos de los pocos seres vivos que nos identificamos a nosotros mismos. Los científicos que estudian qué animales tienen esta conciencia utilizan el "test del espejo" desarrollado por Gordon Gallup Jr. en 1970 y que consiste en poner al animal frente al espejo con alguna mancha en el cuerpo. Si se explora tocándola o moviéndose para verla mejor, es señal de que se identifica a sí mismo y no cree que el que se mueve en el espejo sea otro. La prueba ha sido pasada por chimpancés, gorilas, orangutanes, delfínidos, elefantes, macacos de Rhesus, monos capuchinos, urracas y parece que también por las palomas. En el caso de los humanos, no nos identificamos hasta alrededor de los dos años.

En general, no sabemos lo afortunados que somos porque no valoramos cosas que nos parecen obvias. Una de ellas es reconocernos ante el espejo. ¿Qué pasaría si nos colocáramos frente a él y no supiéramos quién nos está mirando al otro lado? Pues una angustia descomunal. Y eso puede suceder. Existen personas que por un accidente u otra causa pierden su memoria a corto plazo; van viviendo, pero no se acuerdan de lo que les ha pasado hace cinco minutos. No retienen.

Muchas personas que padecen trastorno de personalidad describen la transición de una personalidad a otra como algo muy angustioso, pues se miran al espejo y lo que ven ahí es una persona completamente extraña a su ser. O imaginemos el caso de personas que han pasado por cirugía estética y luego no se reconocen cuando se miran. Algunas acaban suicidándose. Y nosotros preocupándonos por la arruguita o el michelín.

AL OTRO LADO...
"Espejito, espejito, di: ¿Quién es la más bella de todas las mujeres?" (la bruja de Cenicienta)
Es de noche, estamos solos en casa y acabamos de ver una película de terror. En esta situación, a muchas personas no les resulta muy atractiva la idea de colocarse ante un espejo, por lo que pueda pasar... En el inconsciente colectivo, el espejo se convierte en una especie de puerta a otra dimensión, al mundo de lo sobrenatural. En algunas personas, esta sensación es tan acuciante que padecen catoptrofobia o eisoptrofobia (fobia a los espejos). Esta fobia puede tener dos raíces, una de ellas es el miedo al espejo por su simbolismo misterioso; en otros casos, la ansiedad viene provocada simplemente porque el individuo no acepta su propia imagen.
Se cree que los siete años de mala suerte que se le atribuyen a alguien cuando rompe un espejo es porque ha roto algo más que un simple objeto; ha roto un alma. Según muchas creencias, en los espejos quedan atrapadas las almas. Los que parten de esta convicción aconsejan no tener espejos ante una persona moribunda para que su espíritu no quede recluido en él. Y algunos expertos en Feng Shui advierten de la peligrosidad de los espejos antiguos por las vibraciones que puedan haber captado y desaconsejan tenerlos en casa.
Lo mejor que podemos hacer ante el espejo es sonreír. De esta forma podremos comprobar que afortunadamente la persona que se encuentra al otro lado es agradable y simpática. Siempre nos devuelve la sonrisa.

Ejercicios del yo
1. PELíCULAS
- 'Eyes wide shut', de Stanley Kubrick.
- 'Taxi driver', de Martin Scorsese.
- 'El baile de los vampiros', de Roman Polanski.
- 'El resplandor', de Stanley Kubrick.
- 'Alicia en el país de las maravillas', de Tim Burton.
2. LIBROS
-'El retrato de Dorian Gray', de Oscar Wilde. Para él, el retrato sería el más mágico de los espejos. Del mismo modo que le había revelado su propio cuerpo, le revelaría su propia alma.

Tomado de El País
JENNY MOIX 19/06/2011

3 de julio de 2011

Neutralizar la agresividad

Vivimos con un alto nivel de crispación: en la política, en el trabajo, en la calle... ¿Qué hay detrás de esta comunicación tan agresiva? ¿Cómo podemos combatirla?

Voy a buscar a mis hijos a la escuela. En un paso de cebra cercano a la entrada, por el que han de cruzar cada día los niños, me encuentro a un padre estacionado con su flamante Mercedes. Con absoluta serenidad, le hago notar que está bloqueando el paso justo en el punto por el que pedimos a diario a nuestros hijos que crucen para hacerlo con seguridad. Su respuesta no me atrevo a reproducirla. Lo más cariñoso que me dijo fue: "Métete en tus asuntos, y si te aburres, monta una ONG...", a lo cual seguía un grosero insulto.
"Es importante no caer en el terreno de juego de la agresividad ajena para mantener en todo momento nuestro juicio".
Estoy en la panadería del barrio. Dos chicas entran con un perro. Un cliente les llama la atención avisándoles de que está prohibido entrar en el local con animales. Entre ellas, pero alzando la voz para que el hombre las oiga, comentan: "Ya estamos. Otro [insulto] que se aburre en casa y tiene que venir a dar lecciones a la gente...".

Estas son solo dos anécdotas recientes. Pero lo cierto es que muchas veces uno tiene la sensación de que hoy día la agresividad flota en el ambiente. Una agresividad gratuita, innecesaria y que en ocasiones raya la violencia. Una agresividad que hace de la relación casual con los demás una experiencia nada agradable, y que pone en jaque la convivencia. Y cada vez que nos enfrentamos a ella surge la misma pregunta: ¿qué le pasa a esta persona?, ¿por qué tanta irritación?

DETRÁS DE LA AGRESIVIDAD
"La violencia es el miedo a los ideales de los demás" (Mahatma Gandhi)
Ante un estímulo externo tenemos dos comportamientos posibles: responder o reaccionar. En el primer caso controlamos de forma consciente nuestro comportamiento. En el segundo actuamos sin control. En este contexto, la agresividad no es nunca una forma de respuesta, sino de pura reacción.

La reacción es un impulso automático del ser humano, que procede del instinto de supervivencia, y que tiene lugar cuando percibe un peligro o se siente atacado. Así pues, la agresividad es en esencia una reacción defensiva de alguien que en un momento dado se siente provocado.

Al margen de la agresividad patológica, que no es objeto del presente artículo, hay distintos orígenes para los comportamientos agresivos ocasionales con los que nos obsequia la gente en nuestro día a día:

- Hay agresividad que procede de nuestra inseguridad: cuando nos sentimos inseguros ante algo o alguien, cuando no dominamos algo y alguien nos cuestiona o nos pone en duda, la reacción por defecto será con toda probabilidad agresiva. Solo desde una gran dosis de seguridad personal podemos responder serenamente si alguien nos cuestiona.

- Hay agresividad que procede de nuestra falta de valor para decir lo que tenemos que decir: cuando tenemos que dar malas noticias, o hacer alguna observación negativa, y somos de los que nos cuesta hacerlo, nunca encontramos el momento adecuado. Y cuando finalmente hacemos acopio de valor, y lo decimos, nos vamos directamente y sin darnos cuenta al otro extremo, pasando de callarnos a decirlo con agresividad.

- Hay agresividad que simplemente procede de nuestra inquietud, de nuestros nervios: cuando algo nos inquieta, sea porque estamos ante una persona importante, porque hemos trabajado mucho en el tema o por cualquier otro motivo, es difícil responder ante cualquier observación sin alterarnos, manteniendo un tono constructivo.

- Y hay también agresividad que procede de nuestro sentimiento de culpa. Este sería a mi entender el caso de los ejemplos descritos al inicio. Cuando el sujeto se siente culpable y sabe que ha hecho mal las cosas, vive el comentario que le hagan como una agresión que le induce al ataque. En este caso, lo que hace es proyectar su enfado en los demás, cuando en realidad con quien está enfadado es consigo mismo.
En todos los casos la raíz es común, y se trata del miedo en cualquiera de sus formas o matices. Como afirma el Dalai Lama, "la ira nace del temor", y ciertamente, cuando alguien o algo nos da miedo, la reacción colérica o fuera de tono no se hace esperar.

¿CÓMO RESPONDER?
"El buen juicio no necesita de la violencia" (León Tolstói)
A menudo, ante los ataques de alguien, no sabemos reaccionar. Aguantamos estoicamente su brote de ira, y nos quedamos por el camino con la sensación de que es esa persona la que en el fondo se sale con la suya y consigue sus fines (es evidente que el padre del flamante Mercedes no movió ni un centímetro su coche, y que yo desistí de hacer nada más al respecto).

Pero probablemente esto sea lo mejor que podemos hacer. La recomendación fundamental ante una persona irritada es por encima de todo no reaccionar nosotros, y en muchos casos ni tan siquiera la respuesta serena merece la pena, puesto que si el otro está fuera de sí, no va a procesar nada de lo que le intentemos decir.

Lo que es seguro es que ante una persona agresiva no lleva a ninguna parte dejarla en evidencia, afearle su conducta o intentar discutir. Porque caeremos inevitablemente en una espiral de reacciones y contrarreacciones que muy pronto nos hará perder el control a nosotros y nos encontraremos comportándonos a merced del otro.

Es importante vivir la agresividad ajena con la prevención de no caer nunca en su terreno de juego, no caer en la provocación y reaccionar, para mantener así y en todo momento nuestro juicio. Como afirmó Viktor Frankl, "no podemos controlar los acontecimientos, pero sí nuestra reacción a ellos", y, como nos recuerda Stephen Covey, "nuestra conducta es una función de nuestras decisiones, no de nuestras condiciones".

¿QUÉ SE PUEDE HACER?
"El medio para hacer cambiar de opinión es el afecto, no la ira" (Dalai Lama)
Si tenemos en nuestro entorno una persona que se muestra reiteradamente colérica (dejando al margen siempre casos no patológicos), hemos de considerar en primer lugar los posibles motivos: estamos ante una persona a la que la inseguridad y/o alguna manifestación del miedo la está colapsando.

No ayudará, por tanto, censurar su comportamiento ni mientras lo muestra (no está en condiciones de aceptarlo) ni en algún momento posterior (aunque lo acepte, su seguridad se verá inevitablemente minada). Tampoco funcionará dejarlo públicamente en evidencia. Todo ello no hará más que reforzar su inseguridad y, por tanto, la directa manifestación de esta: su reactividad y su agresividad.

Hay un camino que sí ayudará, aunque será lento en algunos casos y exigirá una gran dosis de empatía y generosidad: aceptar a la persona, comprenderla y, una vez comprendida la raíz de sus miedos, darle seguridad.

Con aquellas personas de nuestro entorno a las que queremos ayudar tenemos una posible estrategia a seguir: en lugar de enfadarnos con ellas cada vez que se muestran agresivas, podemos llevar a cabo un trabajo de fondo, que consistirá en ir dándoles mensajes positivos cada día. Esta estrategia no trata de tapar sus comportamientos agresivos. Trata de compensar y superar el mal de base, el origen de la agresividad, que es su falta de seguridad. La persona que muestra actitudes agresivas sabe perfectamente que no lo está haciendo bien, y no necesita que se lo recordemos. Lo que le ocurre es que no sabe de dónde proceden estas actitudes, y en esto es en lo que nuestra ayuda a través del refuerzo de su seguridad puede ser fundamental.

En los encuentros accidentales con gente que se muestra puntualmente agresiva, y a la que quizá ni conocemos, podemos responder con una pauta fija: serenidad y la mejor de las sonrisas.

Y cuando somos nosotros los que nos comportamos agresivamente, será bueno que analicemos qué tipo de situación ha desencadenado nuestra reacción: porque aquello ante lo que reaccionamos con irritación es precisamente aquello sobre lo que nos sentimos inseguros, aquello que no tenemos resuelto en nuestras vidas. Identificar lo que no tenemos resuelto y trabajarlo será la solución definitiva, más que intentar que un disciplinado autocontrol nos haga evitar un brote de cólera.

Agresividad, una palabra que rima con soledad. Está científicamente demostrado que tenemos mayor propensión por relacionarnos con aquella gente que nos muestra una actitud amable. No hace falta que hablemos con ellos; la sola expresión afable ya nos invita a la relación. Y siguiendo el razonamiento, parece lógico pensar que tendremos de forma natural una especial prevención a relacionarnos con gente que nos muestra una expresión hostil.

La agresividad con los demás levanta altos muros de aislamiento y lleva con el tiempo a la soledad. La gente se distancia hasta cortar todo vínculo de relación. A nadie nos gusta pasar un mal rato en nuestra interacción con los otros. Y ya no es una cuestión de tenerle miedo al agresivo. Es el simple y humano deseo de sentirnos bien en compañía de los demás.

MIEDOS Y FALTA DE SEGURIDAD
Libros
- La trilogía 'Millenium', del desaparecido Stieg Larsson. Muestra un extenso catálogo de comportamientos agresivos derivados de miedos, inseguridades y atrocidades sufridas. Agresividades que se sitúan en la categoría patológica en algunos casos, pero que son la mayoría de las veces conductas puramente reactivas.

- En su reciente novela 'Sunset Park', (Anagrama, 2010), Paul Auster nos describe con maestría los comportamientos de varios personajes que van de la pasividad a la agresividad, siempre como reacción a miedos y falta de seguridad.

- Una historia de superación de la agresividad: en su libro 'Re-Ser', (Integral, 2007), Santi López Villa narra con el título de 'El gesto de Manuel' una historia de superación de la agresividad en condiciones emocionales extremas. Un relato inspirador que induce a la profunda reflexión.

Tomado de El País.
FERRAN RAMON-CORTÉS 12/06/2011