23 de mayo de 2011

Más flexibles, más felices

JENNY MOIX

EL PAIS SEMANAL - 22-05-2011 Cada día tres veces. No podía dejar de hacerlo. Tenía que nadar en el mar, fuera verano o invierno. Cecilia me explicaba su esclavitud a este ritual con la cara rígida. Tan rígida como su creencia de que si no lo hacía no estaba pura. En su pueblo costero era conocida por este severo protocolo marino, e incluso la tele local la había entrevistado por ello. El nombre es inventado, pero el caso es real. Se puede etiquetar de trastorno obsesivo-compulsivo.

La gran mayoría de personas que sufren trastornos psicológicos comparten una característica: la rigidez de sus ideas. Y los que no tenemos la etiqueta de alguna psicopatología colgando no solemos ser tan exageradamente rígidos, pero sí mucho más de lo que nos pensamos. Unos años atrás me invitaron a pronunciar una conferencia sobre felicidad. Quería estructurar la conferencia alrededor de un concepto clave, de lo que era esencial para ser feliz. ¿Salud?, ¿dinero?, ¿amor?, ¿optimismo?... un aluvión de letras escritas sobre estos conceptos que no me acababan de convencer, hasta que llegué a una idea que era la que buscaba: "la flexibilidad". Imposible ser feliz si no eres flexible. Y esa idea fue el germen que me llevó a escribir mi libro Felicidad flexible (Aguilar). 
Nuestros esquemas mentales 
"Tienes toda la razón... desde tu punto de vista" (Paul Watzlawick) Todo nuestro cuerpo experimenta siempre la intensa sensación de que tenemos razón, y así suele ser... desde nuestro punto de vista. Y por eso intentamos imponer a los demás nuestras ideas, a veces con una furia desbordante. Muchos libros llevan por título frases del tipo "cómo convencer a los demás", pero no existe ninguno que se titule "cómo ser convencido". Lo encontraríamos ridículo... ¿Para qué nos vamos a dejar convencer si son los otros los que están equivocados? En realidad, lo absurdo es defender a capa y espada nuestras convicciones. Tenemos que ser muy conscientes de cinco características que poseen nuestras certezas y veremos lo patético que a veces suele ser nuestro férreo convencimiento. Nuestros esquemas mentales son:  
1. Relativos. Lo que pensamos depende, por ejemplo, de nuestro lugar de nacimiento. Las religiones son un claro ejemplo. Así, al defender nuestra fe, a veces incluso con bombas, en el fondo es como si estuviéramos defendiendo que nuestro lugar de nacimiento es el correcto. ¡Cuánta sangre se ha derramado dentro de este saco ilógico! 
 
2. Rígidos. Pensamos en blanco y negro. En los cuentos infantiles encontramos los malos y los buenos. Y crecemos y en el fondo seguimos pensado así. Una señora de unos 80 años me comentaba respecto a la guerra entre palestinos e israelíes: "Yo ya me he perdido, ¿quiénes son los buenos?". Claro que tenemos la capacidad de matizar, pero a nuestro cerebro le encantan las cosas claras y ordenadas. Los matices nos impiden encasillar, y con todo desordenado nuestras neuronas no se encuentran tan cómodas. La duda es lo que menos soportan, porque es el principal obstáculo para poner orden. Así que siempre elegimos las certezas. ¿Salir de dudas? Lo sabio es ¡salir de certezas! 
 
3. Limitados. La especie humana suele ser bastante prepotente porque no somos capaces de ver la limitación de nuestro propio cerebro. Nuestras neuronas no pueden entender algo que no hayan visto antes. ¿Acaso alguien puede lograr imaginarse que antes del Big Bang no existía ni el espacio ni el tiempo? ¿Alguien puede entender, como afirma la física cuántica, que las partículas pequeñas no están ni aquí ni allí, sino que solo se concretan en un espacio cuando las miramos? Como muy irónica y acertadamente declaraba el premio Nobel Niels Bohr, "si alguien no se queda confundido con la física cuántica es porque no la entiende". 
 
4. Invisibles. Un cuadrado blanco no se puede ver encima de un fondo blanco. Muchos de nuestros valores y creencias, como son compartidos con el resto de individuos de la sociedad, tampoco son visibles. Solemos tener como un huequecito dentro; siempre notamos que nos falta algo, y eso que nos falta creemos que está en el futuro y por eso corremos tanto para llegar a él. Esta creencia es compartida por la mayoría. Imaginemos una sociedad donde se viviera más que el presente y no estuviéramos tan encarados al futuro, donde la gente anduviera tranquilamente por las calles. Si entre esta calma apareciera uno de nosotros con el motorcillo que llevamos dentro, esa persona destacaría. Probablemente al ser su comportamiento diferente al resto se plantearía si está actuando bien. No revisamos nuestras creencias por la sencilla razón de que a veces son invisibles.
 
5. Blindadas. El caso de los Reyes Magos es una creencia hermosamente blindada. Cuando los adultos metemos la pata mil veces ante los niños, cuando se nos escapa, por ejemplo, que hemos ido a comprar los regalos, ¡no suele pasar nada! Les encaja tan poco lo que decimos con sus creencias que ni lo procesan. Cuando una persona confía en su pareja y esta le es infiel, suele ser la última en enterarse; como todas las posibles pistas no encajan en sus creencias, caen en saco roto. Cuando esas creencias se rompen, es cuando decimos que se nos ha caído la venda de los ojos. Los tozudos siempre suelen ser los demás. Los vemos siempre más rígidos e inflexibles que nosotros. Claro que no es así. Para comprobar nuestras propias rigideces basta con pensar de cuántas formas podríamos acabar esta frase: "A mí no me podrían convencer de...". Por ejemplo: de que Dios existe, de que mi partido político no es el mejor, de que mi objetivo no es el que me conviene... Juguemos con esta frase un rato y nos sorprenderemos de con cuántas inquebrantables certezas vivimos. comprensivo con uno mismo
 
"La batalla más difícil la tengo todos los días conmigo mismo" (Napoleón) Supongamos que existiera un ser "organizador de vidas" y nos propusiera el siguiente trato: "Te puedo dar un solo tipo de flexibilidad: o bien puedo otorgarte la oportunidad de que las circunstancias que te rodean sean más cómodas, pero tú seguirás siendo igual de exigente contigo mismo, o bien te regalaré flexibilidad en tus autoexigencias, te sabrás tratar mejor a ti mismo, aunque tu situación exterior seguirá igual". ¿Qué elegiríamos? Pensémoslo bien. Si aprendiéramos a ver las situaciones de diferentes formas, si supiéramos reforzarnos a nosotros mismos, perdonarnos, rebajar nuestras autoexigencias, no culpabilizarnos, las situaciones externas de rebote nos parecerían muy diferentes, no nos afectarían tanto. Incluso de agobiantes pasarían a ser cómodas. En cambio, si nos modificaran lo externo, pero continuáramos igual de rígidos, ¿notaríamos mucho avance en nuestras vidas? Nuestro jefe son esas creencias: rígidas, relativas, invisibles, limitadas y blindadas. No son muy buenas características para un jefe. Es urgente que consigamos un director más flexible. tolerantes con los demás  
"Si de veras llegásemos a poder comprender, ya no podríamos juzgar" (André Malraux) Qué complicado resulta entendernos los unos con los otros. Y es que somos como armaduras de certezas chocando entre nosotros. Cada uno tenemos nuestra verdad, que nunca acaba de encajar con la de los demás. ¿Por qué creemos siempre que nuestro pensamiento es más certero que el del otro? ¡Es ridículo! Y el primer paso para que funcione este complejo engranaje en el que estamos metidos es el respeto. Las palabras de Rafael Navarrete, un sabio filósofo, no lo podrían expresar con mayor claridad: "Cada uno ve el mundo y la vida desde un repliegue de la gran verdad que nadie puede pronunciar. A partir de ese descubrimiento, el hombre sabio emprende su camino. Sabe muy bien que solo podrá sentirse feliz si es fiel a la luz que él ha descubierto... A veces encuentra a otros hombres sabios que recorren otros caminos; al cruzarse se saludan y se respetan porque todos saben que son muchos los senderos". Ser flexible con los demás no significa ser sumisos ni doblegarnos. Significa, de entrada, respetarnos. Y a partir de aquí, a veces, llegar a entendernos. Flexibilidad con la vida
 
"Esto no es un ensayo general, señores. Esto es la vida" (Oscar Wilde) El ideal, lo que se espera de nosotros, suele ser: que encontremos un trabajo estable (que nos guste mucho o no, no es tan importante), que nos entreguemos a él totalmente (si somos hombres, esa exigencia es más fuerte; si somos mujeres, no queda tan mal que el trabajo esté en un segundo lugar porque primero hemos de cuidar a nuestra prole), que encontremos una pareja y nos casemos, que tengamos hijos (y que nos volquemos en cuerpo y alma con ellos, sobre todo si somos mujeres, olvidándonos de nuestras propias necesidades e ilusiones), y además de todo esto está claro que hemos de estar delgados, hemos de hacer ejercicio a diario, hemos de tomar fruta y verdura tres veces al día, nos hemos de limpiar los dientes después de comer un cacahuete, y hemos de practicar meditación cada mañana después de despertarnos. ¡Qué agobio! A esto se le llama presión social. ¿Pero realmente es la sociedad la que nos oprime? ¡No! Lo que nos lleva a sentirnos obligados a actuar de una determinada manera son nuestras propias creencias y valores. Sí es cierto que estas creencias y valores los tenemos porque la sociedad nos ha ido programando así. ¡Pero podemos desprogramarnos! Cuando una persona reconoce que lo hace no por una exigencia externa, sino por una propia autoexigencia, ya ha dado un paso de gigante. Ya ha abierto los ojos. Lo más liberador que existe en esta vida es romper con los propios esquemas. De repente, el mundo se vuelve más ancho. Es la experiencia más lúcida posible.


El roble y la caña


Había un roble en la orilla de un río. A los pies del roble crecía una caña. Todos los días, el roble reprendía a la caña por doblarse a un lado y a otro según soplara el viento. "Mírame a mí, cañita", decía el roble. "Observa cómo no me doblego ante nadie, porque soy un roble y soy fuerte". La caña no decía nada; no valía la pena. Una noche hubo una tormenta terrible y el viento sopló ferozmente, con mucha más fuerza que de costumbre. Al amanecer, el roble estaba partido en dos, pero la cañita seguía en pie, meciéndose bajo la luz del sol.

9 de mayo de 2011

Problemas que son oportunidades


Al asumir las riendas de nuestra salud emocional, empezamos a desarrollar una mirada más sabia. Extraer el aprendizaje oculto de la adversidad forma parte de nuestro día a día.

Para saber si seguimos anclados en el victimismo o, por el contrario, estamos entrenando el músculo de la responsabilidad, basta con verificar cómo estamos mirando e interpretando nuestras circunstancias: como "problemas" o como "oportunidades". El hecho de que percibamos la realidad de una manera u otra es determinante para comprender por qué nuestras vidas son como son, y por qué a nivel emocional estamos obteniendo unos determinados resultados.

"Problema es todo aquello que hace que nos perturbemos a nosotros mismos porque no lo aceptamos como tal y en ese momento"

Frente a esta dicotomía, es interesante señalar que un problema es cualquier cosa, situación o persona que provoca que nos perturbemos a nosotros mismos. Empecemos con un caso sencillo y cotidiano: imaginemos que tenemos un amigo muy impuntual, que suele llegar 15 minutos tarde cada vez que quedamos con él. Como cualquier otra acción, la impuntualidad no es buena ni mala; eso sí, tiene consecuencias. De ahí que estos juicios morales dependan de nuestra forma de verla e interpretarla. En función de qué opinión tengamos acerca de la impuntualidad -y de cómo esta nos haga sentir- puede que consideremos este hecho como un problema.
Curiosamente, hay quienes ven esta situación con otros ojos y no se molestan ni se enfadan cuando esta persona se retrasa nuevamente. Aceptan y respetan la conducta de su amigo. El verdadero problema jamás se encuentra en nuestras circunstancias, sino en nuestra mente. La raíz de nuestras perturbaciones reside en nuestros pensamientos. Y estos, en nuestras creencias limitadoras y erróneas de cómo deberían ser las cosas.

LA VIDA COMO APRENDIZAJE
"Aquello que no eres capaz de aceptar es la única causa de tu sufrimiento" (Gerardo Schmedling)
Cada vez que nos topemos con un problema, podemos empezar a verlo como lo que en realidad es: una oportunidad de aprendizaje. Lo cierto es que este enfoque más constructivo nos permite cuestionar las limitaciones internas que nos llevan a interpretar lo que sucede de forma subjetiva y egocéntrica. Así, la próxima vez que nuestro amigo llegue tarde a su cita -por seguir con este ejemplo- podemos recordarnos que no es su acción, sino nuestra propia manera de interpretarla, la causa de nuestro malestar.
Así es como tarde o temprano verificamos que en realidad no hay problemas. Sin embargo, lo que sí existen son los procesos. Es decir, que todo lo que forma parte de la vida -incluyéndonos a nosotros mismos- está en su propio proceso de desarrollo y evolución. El problema simplemente lo creamos en nuestra mente cuando luchamos y entramos en conflicto con personas y situaciones con las que no estamos de acuerdo. En este sentido, el hecho de que nos perturbe que nuestro amigo sea impuntual es nuestro problema.
Además, esta revelación nos hará comprender que no se trata de cambiar lo externo (el hecho), sino de modificar lo interno. Es decir, nuestra actitud frente al hecho. En vez de criticar duramente a nuestro amigo para que haga lo que nosotros consideramos correcto, para que haga lo que nosotros creemos que debe hacer, podemos simplemente aprovechar esta situación para aprender a cultivar nuestra felicidad (por medio de la responsabilidad), a preservar nuestra paz interior (por medio de la aceptación) y a dar lo mejor de nosotros mismos por medio del servicio. Si lo hacemos, seguramente seremos más felices y no nos haremos mala sangre por la acción del otro.
Si partimos de la premisa de que tiene derecho a llegar tarde -lo cual no quiere decir que nos guste que lo haga, que estemos de acuerdo ni que lo apoyemos-, lo más eficaz es tomar una actitud respetuosa. Y sin necesidad de perturbarnos, hacer uso de la imaginación y la creatividad para cosechar otro tipo de resultados a nivel emocional. En primer lugar, somos libres para decidir no volver a quedar con él, del mismo modo que él es libre para seguir llegando tarde. En el caso de que optemos por mantener el vínculo, podemos quedar con él 15 minutos antes de lo previsto, de manera que a pesar de retrasarse llegue a la hora. Él seguirá actuando como siempre, y nosotros habremos resuelto un problema que nos afectaba.

FLUIR CON LA VIDA
"Si un problema tiene solución, ¿para qué perturbarse? Y si no la tiene, ¿para qué perturbarse?" (proverbio chino)
En una aldea vivía un granjero muy sabio que compartía una pequeña casa con su hijo. Un buen día, al ir al establo a dar de comer al único caballo que tenían, el chico descubrió que se había escapado. La noticia corrió por todo el pueblo. Tanto es así, que los habitantes enseguida acudieron a ver al granjero. Y con el rostro triste y apenado, le dijeron: "¡Qué mala suerte habéis tenido, para un caballo que poseíais y se os ha marchado!". Y el hombre, sin perder la compostura, simplemente respondió: "Mala suerte, buena suerte, ¿quién sabe?".
Unos días después, el hijo del granjero se quedó sorprendido al ver a dos caballos pastando enfrente de la puerta del establo. Por lo visto, el animal había regresado en compañía de otro, de aspecto fiero y salvaje. Cuando los vecinos se enteraron de lo que había sucedido, no tardaron demasiado en volver a la casa del granjero. Sonrientes y contentos, le comentaron: "¡Qué buena suerte habéis tenido. No solo habéis recuperado a vuestro caballo, sino que ahora, además, poseéis uno nuevo!". Y el hombre, tranquilo y sereno, les contestó: "Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?".
Solo veinticuatro horas más tarde, padre e hijo salieron a cabalgar juntos. De pronto, el caballo de aspecto fiero y salvaje empezó a dar saltos, provocando que el chaval se cayera al suelo. Y lo hizo de tal manera que se rompió las dos piernas. Al enterarse del incidente, la gente del pueblo fue corriendo a visitar al granjero. Y una vez en su casa, de nuevo con el rostro triste y apenado, le dijeron: "¡Qué mala suerte habéis tenido. El nuevo caballo está gafado y maldito. Pobrecillo tu hijo, que no va a poder caminar durante unos cuantos meses!". Y el hombre, sin perder la compostura, volvió a responderles: "Mala suerte, buena suerte, ¿quién sabe?".
Tres semanas después, el país entró en guerra. Y todos los jóvenes de la aldea fueron obligados a alistarse. Todos, salvo el hijo del granjero, que al haberse roto las dos piernas debía permanecer reposando en cama. Por este motivo, los habitantes del pueblo acudieron en masa a casa del granjero. Y una vez más le dijeron: "¡Qué buena suerte habéis tenido. Si no se os hubiera escapado vuestro caballo, no habríais encontrado al otro caballo salvaje. Y si no fuera por este, tu hijo ahora no estaría herido. Es increíble lo afortunados que sois. Al haberse roto las dos piernas, tu muchacho se ha librado de ir a la guerra!". Y el hombre, completamente tranquilo y sereno, les contestó: "Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?".

LOS PROCESOS VITALES
"La vida nos manda regalos envueltos en problemas" (Juan Carlos de Pedro)
Cada vez más seres humanos estamos descubriendo que lo mejor que podemos hacer por la sociedad es estar en paz con nosotros mismos. Porque cuando cultivamos la serenidad en nuestro interior desarrollamos la ecuanimidad, una cualidad muy útil para dejar de sufrir, luchar y entrar en conflicto con los demás y nuestras circunstancias. En esencia, la ecuanimidad consiste en ver la realidad como es, y no como nos gustaría que fuese. Así es como poco a poco dejamos de etiquetar las cosas como blancas o negras, y empezamos a mirarlas con más objetividad y neutralidad, percibiendo la infinidad de matices grises que existen entre uno y otro extremo.
En este sentido, que nuestro amigo sea impuntual no es un problema. Es solo un proceso. Que nos despidan del trabajo tampoco es un problema. Es un proceso. Y lo mismo ocurre cuando nos deja nuestro compañero sentimental. También es un proceso. Ni siquiera el hecho de que muera un ser querido es un problema. Por más que nos victimicemos y suframos al afrontar este tipo de situaciones, ninguna de ellas es un problema. Todas son procesos. Y estos no tienen solución, solo un comienzo y un final.
¿Qué sabemos acerca de las cosas que nos pasan? Lo que hoy determinamos que es malo, mañana puede convertirse en algo bueno. Y viceversa: lo que hoy valoramos como bueno, mañana puede derivar en algo malo. Quizá nuestro amigo ha de llegar tarde muchas veces para comprobar por sí mismo que esta conducta acarrea consecuencias perjudiciales en su red de relaciones. Y en base a esta comprensión decidir disciplinarse, entrenando así el respeto para con los demás. Quizá hemos de pasar por la experiencia del paro para reflexionar acerca del rumbo que había tomado nuestra vida laboral. Quizá hemos de vivir una ruptura sentimental para verificar que somos excesivamente dependientes. Y por consiguiente, aprender a amarnos más a nosotros mismos para ser más independientes emocionalmente.
Por más doloroso que resulte, la muerte de un ser querido nos hace despertar, llevándonos a valorar más la vida y todo lo que en ella acontece. Hasta que no nos sucede alguna experiencia verdaderamente adversa y desfavorable, en general no abandonamos nuestra zona de comodidad. Esta es la esencia de la resiliencia, la capacidad de aprovechar circunstancias adversas para madurar.
De ahí que haya seres humanos que -al haberse responsabilizado en descubrir el aprendizaje oculto e inherente a cualquier experiencia- miren hacia atrás y solo tengan palabras y sentimientos de agradecimiento. Porque, quién sabe, quizá han sido precisamente estas situaciones complicadas y desfavorables las que nos han llevado a adentrarnos en un proceso existencial que nos ha permitido convertirnos en quienes estábamos destinados a ser.

PARA VER LAS OPORTUNIDADES
1. LIBRO
- 'El mundo sobre ruedas', de Albert Casals (Martínez Roca Ediciones). Este libro autobiográfico narra las experiencias del autor, un joven paralítico de 18 años que viaja solo y sin dinero por todo el mundo. En sus páginas se muestra de forma contundente cómo nuestra manera de mirar y de afrontar lo que nos sucede es lo que determina nuestro bienestar o nuestro malestar.
2. DOCUMENTAL
- 'Redescubrir la vida', de Anthony de Mello. En esta conferencia póstuma, este sabio hindú explica de forma amena y sencilla cómo entrenar el discernimiento y la comprensión para dejar de hacer interpretaciones egocéntricas de la realidad. Puede verse de forma gratuita y con subtítulos en castellano en la web http://www.taringa.net/posts/videos/7973740/Redescubrir-la-vida_-Anthony-de-Mello.html.
3. MÚSICA
Cualquier disco del grupo islandés Sigur Rós. Sus canciones instrumentales son una invitación para detenernos unos instantes, relajarnos y aprender a relativizar las cosas que nos pasan, adquiriendo una nueva perspectiva más sabia y comprensiva.

¿QUIÉNES SON NUESTROS MAESTROS?
Si decidimos ver la vida como un continuo proceso de aprendizaje, empezamos, casi sin darnos cuenta, a mirar e interpretar a las personas que nos rodean de una manera más sabia y constructiva. Ya no juzgamos ni criticamos lo que nos molesta de los demás, sino que tratamos de comprender qué tiene que ver con nosotros. Un "maestro" es "cualquier persona cuya presencia, actitud y comportamiento provocan que nos perturbemos a nosotros mismos". En vez de adoptar la postura victimista de tratar de cambiar a los demás, verlos como maestros es una invitación para cambiarnos a nosotros mismos, un aprendizaje.

Tomado de El País.
BORJA VILASECA 08/05/2011

1 de mayo de 2011

La puerta abierta al Amor


Confundir amor con apego egoísta es la causa de mucho sufrimiento en las relaciones. Estas son duraderas y ricas cuando uno tiene seguridad en sí e independencia del otro.

Vivir el amor permite al ser humano alcanzar la experiencia más plena. En esa vivencia nos sentimos unidos, completos y realizados. Existimos en busca de esta plenitud amorosa. "El amor incondicional que nos une al todo más allá de nosotros mismos", escribía Javier Melloni. El amor puro fluye libremente, es sanador y no hiere. Es un amor en el que te das al otro. Hay entrega. Trasciendes tu "yo-ego" sin por eso perderte ni engancharte al otro. No dejas de ser tú al estar en comunión con el otro. Lo logras con madurez y evolución personal. Tu "yo-ego" te mantiene anclado a las limitaciones provocadas por tus miedos y tus deseos. Tu yo-esencial te libera.

"Un corazón cínico, desconfiado, que vive en una actitud defensiva, deja de vivir sus sueños, es un corazón gris"

"El analfabetismo emocional y la adicción al trabajo nos alejan del amor. Y los batacazos nos hacen desconfiados"

Muchas personas aman y se atan. Pierden libertad y siembran malestar. El problema surge cuando confundimos el amor con el apego egoísta. El amor en su momento más puro es una manifestación de nuestro sentimiento de unión. Para abrirnos a él debemos asentarnos en nuestro poder interior, abriéndole paso a nuestro ser esencial sin temores.

¿Por qué nos cuesta amar y ser libres, amar y sentirnos realizados? Cuando esencialmente somos amor, parecería lo más fácil ser lo que somos. Sin embargo, la realidad nos muestra a menudo lo contrario. Tenemos miedo a ser heridos y tememos perder libertad.

¿Qué nos aleja del amor? ¿Qué nos encierra, separándonos de vivirlo plenamente? El analfabetismo emocional y la adicción al trabajo nos alejan del amor. Los batacazos y las decepciones en las relaciones amorosas nos hacen desconfiar. Nos volvemos escépticos. Desde la tristeza, la frustración o la culpa nos mantenemos encerrados. El miedo al rechazo nos bloquea y nos deja en nuestra sombra. Las expectativas nos empujan a la rabia cuando no se cumplen, y nos "secamos" de amor.

Menos egoístas, más ricos
"El hombre que abandona el orgullo de la posesión logra la paz suprema" (Bhagavad Gita 2,71)
El conocimiento de uno mismo facilita el proceso de pasar del miedo a una forma de amor más rica, tolerante y relajada. El amor emocional puede florecer en verdadero amor duradero a medida que el fuego inicial de las emociones se enfría y se sustituye por una percepción más sabia y madura.
Actualmente muchas relaciones son "de bolsillo". Sin compromiso, no duran ni aportan verdadera realización. Esta experiencia acaba siendo desgarradora y agotadora, dejándonos vacíos. Las relaciones son duraderas y enriquecedoras cuando cada uno tiene seguridad personal independiente de que el otro satisfaga o no sus expectativas.
Al cultivar la seguridad interior, uno puede rendirse al amor de otra persona, creando relaciones en las que sumamos y juntos somos mejores. Vivimos lo que afirma Sergio Sinay: "Solo se puede amar cuando se reconoce la singularidad, la cualidad única e irrepetible de la otra persona. Para eso hay que verla, valorarla, honrarla como individuo y escucharla". Haciéndolo dejamos de competir, criticar y tener celos. Pasamos a aceptar, cooperar, unir, valorar y apoyar. Somos cómplices en crear una realidad mejor para todos. No ocurre que uno toma energía y el otro se descarga y debilita. Se incorpora a la relación una energía pura.
Uno de los aspectos que nos impiden crear y vivir esta complicidad es el instinto primordial de proteger nuestro yo individual y ser nosotros mismos. Procuramos no sentirnos invadidos, molestados ni dominados por los demás. Para evitarlo es importante que conozcamos y conectemos con nuestro espacio interior. Cuando el espacio interno está cultivado, somos conscientes de que nadie puede quitarnos lo que somos; entonces podemos sentirnos cómodos entre la multitud y convivir sin miedo.
Para abrirse al amor hay que saber cómo vivir las situaciones y las relaciones sin permitir que determinen tu estado emocional y mental. Vivir sin que las circunstancias sean creadoras de malestar, estrés, sufrimiento, tristeza, frustración o rabia. Hay que ser dueño de tu mundo interior. Para conseguirlo le ayudarán los siguientes consejos:
• Dar un paso atrás y observar mejora la interpretación de los hechos.
• Aceptarse. Clave para iniciar cualquier cambio positivo. Apruébese y dese el visto bueno. Aunque tenga otras muchas áreas de confianza, al rechazarse hiere su autoestima. Esto le debilita.
• Aceptar al otro. Permitirle ser sin corazas y expresarse sin miedos. Tras una separación, la aceptación le facilita el camino para liberarse de la decepción y sufrir. El otro no ha sido como quería. La relación desencadena situaciones desagradables. Le ayudará dejar fluir sentimientos difíciles de afrontar: rechazo, inseguridad, envidia, rabia, miedo, desaprobación. Imagínese cómo se sentiría si no se resistiera a ellos. Pruébelo ahora. Sentirlos inicia el camino para aceptarlos y deshacerse de ellos. Si le cuesta soltarlos, quizá necesite perdonar. Si no perdonas, tu energía se dispersa. Tu mente y tu corazón están contaminados con el ruido interno. Perdone y perdónese.
• Reconcilie. Ante las diferencias y el conflicto, solemos tener actitudes defensivas de enfrentamiento. Discutimos, no dialogamos. Culpamos y atacamos, no nos responsabilizamos. Nos vinculamos con quienes defienden nuestros planteamientos de enfrentamiento. Ello nos separa y distancia más. El desencuentro se agrava. Reconciliar es construir puentes hacia la comprensión y el diálogo.
• Deje de ser marioneta del deseo. Javier Melloni afirma que cuando el deseo invade el alma y esta no lo puede contener, este se convierte en destructivo y devastador como el cáncer que devora todo lo que encuentra a su paso. Así se convierte en una dependencia que pasa a ser una adicción. Adicción al sexo, a la bebida, a los malos tratos, a la sumisión, a someter, al poder, al dinero... Entonces el deseo nos esclaviza. El deseo es el amo, y nosotros, sus sirvientes, nos esforzamos en satisfacerlo. Perdemos la soberanía interior. Somos sus marionetas. Para dejar de serlo ha de aceptar primero que lo es. Obsérvese con atención.
• Analice los patrones que se repiten en su día a día. Descubra para qué los mantiene y quizá le darán la clave del porqué sigue anclado en esa necesidad dependiente que le impide darse desde el amor, buscar recibir más que dar.
• Permanezca atento a la dirección que le marca su deseo esencial, lo que realmente anhela, diferenciándolo de sus deseos dependientes que le alejan de sus sueños. Permanecer en un estado de alerta y atención sin juzgar, condenar ni culpar, aceptando lo que es como es, le ayudará a tener claridad.
• Elija la calma. Aprenda a crear un espacio interior en el que encontrarla. En la calma se vincula con el silencio, con usted mismo, con Dios. Así es amigo de los demás, del universo. Al convertir su mente en amiga se encuentra en paz consigo. Su diálogo interior le da energía y vitalidad, le mantiene sereno, abierto al amor.
• Ámese. Con autoestima, uno se siente seguro, confía. Con las rupturas es frecuente que disminuya nuestra autoestima. El sufrimiento que se experimenta en las situaciones en que su pareja le abandona no solo procede de la pérdida del otro, sino también del rechazo. Se abre una herida profunda al desaparecer su valoración. No suponga que porque el otro le deje usted vale menos.
Recordemos el acuerdo que nos propone Miguel Ruiz: no haga suposiciones ni saque conclusiones precipitadamente porque al hacerlo creerá que lo supuesto es cierto y creará una realidad sobre ello no siempre positiva ni guiada por el amor. Tenga la valentía de preguntar, aclarar y expresar sus deseos. Comuníquese tan claro como pueda para evitar malentendidos y otros dramas. Con solo este acuerdo puede transformar su vida.

Más conscientes, más libres
"La máxima victoria es la que se gana sobre uno mismo" (Buda)
Usted elige cómo responder ante los estímulos que los demás y las circunstancias le provocan. Reconozca que es responsable de sus pensamientos, palabras y acciones. Esta es la base inicial para recuperar todo su poder interno y abrirse al amor. Cuando uno se ama por lo que es, invita al amor en su vida.
Vivir en la verdad del amor, no en sus mitos. Un corazón cínico, desconfiado, que vive con una actitud defensiva, deja de vivir sus sueños, es un corazón gris. El corazón rojo vive en un vaivén de emociones, que van de la pasión al desencanto. Está dominado por los hábitos provocados por el deseo y las carencias. Depende de los demás. El corazón romántico, el rosa, sueña en la pareja perfecta, en aquel que satisfará todas sus necesidades. El que vive en ese romanticismo cambia de pareja en pareja, y el corazón se rompe una y otra vez, ya que las expectativas y el apego que se engendra le encierran en un sufrimiento que parece interminable. Para vivir el amor en libertad hemos de reencontrar el corazón del ángel que todos tenemos, el corazón de luz, el que vive los valores. Para pasar de un corazón gris, rojo o rosa a uno de luz, vivamos en la verdad del amor y no en los mitos del amor. Mitos basados en creencias falsas como:
• El amor viene de fuera. No. El amor brota de dentro: cuando lo compartimos es cuando puede fluir. Cuando una madre se da a su hijo es cuando su amor fluye.
• Necesito obtener amor. Lo correcto sería: necesito dar amor. Al darlo, recibe.
• El amor es apego y descendencia, me hace sufrir y preocuparme. En el verdadero amor, uno se siente libre y acepta al otro como es. No se preocupa, sino que se ocupa y confía.

MIRIAM SUBIRANA 
El País, 01/05/2011