29 de marzo de 2011

Crímenes económicos contra la humanidad

LOURDES BENERÍA / CARMEN SARASÚA 
 
Según la Corte Penal Internacional, crimen contra la humanidad es "cualquier acto inhumano que cause graves sufrimientos o atente contra la salud mental o física de quien los sufre, cometido como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil". Desde la II Guerra Mundial nos hemos familiarizado con este concepto y con la idea de que, no importa cuál haya sido su magnitud, es posible y obligado investigar estos crímenes y hacer pagar a los culpables.

Solo Islandia persiguió penalmente a los responsables de la crisis y dejó que sus bancos se hundieran
Los Gobiernos protegen a quienes han provocado la crisis

Situaciones como las que ha generado la crisis económica han hecho que se empiece a hablar de crímenes económicos contra la humanidad. El concepto no es nuevo. Ya en los años 1950 el economista neoclásico y premio Nobel Gary Becker introdujo su "teoría del crimen" a nivel microeconómico. La probabilidad de que un individuo cometa un crimen depende, para Becker, del riesgo que asume, del posible botín y del posible castigo. A nivel macroeconómico, el concepto se usó en los debates sobre las políticas de ajuste estructural promovidas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial durante los ochenta y noventa, que acarrearon gravísimos costes sociales a la población de África, América Latina, Asia (durante la crisis asiática de 1997-98) y la Europa del Este. Muchos analistas señalaron a estos organismos, a las políticas que patrocinaron y a los economistas que las diseñaron como responsables, especialmente el FMI, que quedó muy desprestigiado tras la crisis asiática.

En la actualidad son los países occidentales los que sufren los costes sociales de la crisis financiera y de empleo, y de los planes de austeridad que supuestamente luchan contra ella. La pérdida de derechos fundamentales como el trabajo y la vivienda y el sufrimiento de millones de familias que ven en peligro su supervivencia son ejemplos de los costes aterradores de esta crisis. Los hogares que viven en la pobreza están creciendo de forma imparable. Pero ¿quiénes son los responsables? Los mercados, leemos y oímos cada día.

En un artículo publicado en Businessweek el 20 de marzo de 2009 con el título "Wall Street's economic crimes against humanity", Shoshana Zuboff, antigua profesora de la Harvard Business School, sostenía que el que los responsables de la crisis nieguen las consecuencias de sus acciones demuestra "la banalidad del mal" y el "narcisismo institucionalizado" en nuestras sociedades. Es una muestra de la falta de responsabilidad y de la "distancia emocional" con que han acumulado sumas millonarias quienes ahora niegan cualquier relación con el daño provocado. Culpar solo al sistema no es aceptable, argumentaba Zuboff, como no lo habría sido culpar de los crímenes nazis solo a las ideas, y no a quienes los cometieron.

Culpar a los mercados es efectivamente quedarse en la superficie del problema. Hay responsables, y son personas e instituciones concretas: son quienes defendieron la liberalización sin control de los mercados financieros; los ejecutivos y empresas que se beneficiaron de los excesos del mercado durante el boom financiero; quienes permitieron sus prácticas y quienes les permiten ahora salir indemnes y robustecidos, con más dinero público, a cambio de nada. Empresas como Lehman Brothers o Goldman Sachs, bancos que permitieron la proliferación de créditos basura, auditoras que supuestamente garantizaban las cuentas de las empresas, y gente como Alan Greenspan, jefe de la Reserva Federal norteamericana durante los Gobiernos de Bush y Clinton, opositor a ultranza a la regulación de los mercados financieros.

La Comisión del Congreso norteamericano sobre los orígenes de la crisis ha sido esclarecedora en este sentido. Creada por el presidente Obama en 2009 para investigar las acciones ilegales o criminales de la industria financiera, ha entrevistado a más de 700 expertos. Su informe, hecho público el pasado enero, concluye que la crisis se hubiera podido evitar. Señala fallos en los sistemas de regulación y supervisión financiera del Gobierno y de las empresas, en las prácticas contables y auditoras y en la transparencia en los negocios. La Comisión investigó el papel directo de algunos gigantes de Wall Street en el desastre financiero, por ejemplo en el mercado de subprimes, y el de las agencias encargadas del ranking de bonos. Es importante entender los distintos grados de responsabilidad de cada actor de este drama, pero no es admisible la sensación de impunidad sin "responsables".

En cuanto a las víctimas de los crímenes económicos, en España un 20% de desempleo desde hace más de dos años significa un enorme coste económico y humano. Miles de familias sufren las consecuencias de haber creído que pagarían hipotecas con sueldos mileuristas: 90.000 ejecuciones hipotecarias en 2009 y 180.000 en 2010. En EE UU, la tasa de paro es la mitad de la española, pero supone unos 26 millones de parados, lo cual implica un tremendo aumento de la pobreza en uno de los países más ricos del mundo. Según la Comisión sobre la Crisis Financiera, más de cuatro millones de familias han perdido sus casas, y cuatro millones y medio están en procesos de desahucio. Once billones de dólares de "riqueza familiar" han "desaparecido" al desvalorizarse sus patrimonios, incluyendo casas, pensiones y ahorros. Otra consecuencia de la crisis es su efecto sobre los precios de alimentos y otras materias primas básicas, sectores hacia los que los especuladores están desviando sus capitales. El resultado es la inflación de sus precios y el aumento aún mayor de la pobreza.

En algunos casos notorios de fraude como el de Madoff, el autor está en la cárcel y el proceso judicial contra él continúa porque sus víctimas tienen poder económico. Pero en general, quienes han provocado la crisis no solo han recogido unas ganancias fabulosas, sino que no temen castigo alguno. Nadie investiga sus responsabilidades ni sus decisiones. Los Gobiernos los protegen y el aparato judicial no los persigue.
Si tuviéramos nociones claras de qué es un crimen económico y si existieran mecanismos para investigarlos y perseguirlos se hubieran podido evitar muchos de los actuales problemas. No es una utopía. Islandia ofrece un ejemplo muy interesante. En vez de rescatar a los banqueros que arruinaron al país en 2008, la fiscalía abrió una investigación penal contra los responsables. En 2009 el Gobierno entero tuvo que dimitir y el pago de la deuda de la banca quedó bloqueado. Islandia no ha socializado las pérdidas como están haciendo muchos países, incluida España, sino que ha aceptado que los responsables fueran castigados y que sus bancos se hundieran.

De la misma forma que se crearon instituciones y procedimientos para perseguir los crímenes políticos contra la humanidad, es hora de hacer lo mismo con los económicos. Este es un buen momento, dada su existencia difícil de refutar. Es urgente que la noción de "crimen económico" se incorpore al discurso ciudadano y se entienda su importancia para construir la democracia económica y política. Como mínimo nos hará ver la necesidad de regular los mercados para que, como dice Polanyi, estén al servicio de la sociedad, y no viceversa.
 
Lourdes Benería es profesora de Economía en la Universidad de Cornell. Carmen Sarasúa es profesora de Historia Económica en la Universidad Autónoma de Barcelona.
El País, 29 de marzo de 2011

27 de marzo de 2011

Los mensajes de nuestros gestos

¿Qué opinas?

Nuestro comportamiento esconde mensajes que a menudo contradicen nuestras palabras. ¿Qué información damos a nuestro entorno con nuestros gestos? ¿Cómo nos juzgan a través de estas señales ocultas?
Hace algunas semanas visité a un directivo en su oficina. Quería entrevistarse conmigo para hablar de un tema de comunicación que le preocupaba. Llegué puntualmente a las nueve, y su secretaria me informó de que tardaría aún unos minutos en llegar. Apareció a las nueve y veinte. Disculpándose, me acompañó a la sala anexa a su despacho, donde me dejó diez minutos más mientras, como me dijo, ponía en marcha el ordenador.

"Somos especialmente hábiles captando los mensajes a través de las conductas y damos significados muy concretos a cada gesto"

"Yo me puedo creer capaz de escuchar a alguien y leer un correo al mismo tiempo, pero la realidad es que no puedo hacerlo"

Reapareció Blackberry en mano y cordialmente me preguntó por mi trabajo. Mientras le respondía, se dedicó a leer, con un disimulo mal llevado, todos sus mensajes. Estábamos a punto de abordar el tema central de la reunión cuando le sonó el móvil, y sin plantearse lo contrario respondió a la llamada. Yo hice un ademán de levantarme para dejarlo solo en la sala y preservar así su intimidad, pero con un gesto me indicó que me quedase. La llamada se resolvió en no menos de diez minutos, en los que me hice notar un par de veces para intentar que la abreviase.

Al término de todo ello (eran ya casi las diez), se levantó, se dirigió a la pequeña cafetera que tiene en un rincón de la sala y, dándome la espalda al tiempo que se servía un café, me anunció: "Verás, quería hablar contigo porque tengo un resultado desconcertante de la última encuesta de clima interno: la gente se queja de que no estoy por ellos...".

La fuerza de los gestos
"Tus actos siempre hablan más alto y más claro que tus palabras" (Stephen Covey)
En nuestro día a día realizamos un sinfín de acciones que dicen mucho de nosotros. La mayoría las hacemos de forma rutinaria, sin darnos cuenta, ignorando que tienen un claro significado a los ojos de los demás. Y lo cierto es que la gente nos juzgará, sobre todo, por estas acciones.
A la hora de configurar la imagen sobre una persona, lo que le veamos hacer pesará siempre mucho más que lo que le oigamos decir. Además somos especialmente buenos captando mensajes a través de los comportamientos, ya que como seres humanos estamos genéticamente programados para detectar señales de conducta y para entender rápidamente su significado. Y si palabra y conducta son contradictorias, si estamos ante alguien que predica una cosa y vemos hacerle constantemente la contraria, nuestro juicio se basará indudablemente en los actos, ignorando las palabras.
Somos especialmente hábiles captando los mensajes a través de las conductas, y socialmente hemos creado un pequeño diccionario dentro de nosotros que da un significado muy concreto a cada gesto que observamos y lo traduce en una determinada actitud.
Así, por ejemplo, llegar tarde a una reunión tiene su significado en nuestro diccionario de conductas: "Mi tiempo es más valioso que el tuyo". O mirar el reloj en plena entrevista tiene también su claro significado: "Se te ha acabado el tiempo". Todos estos actos conformarán la idea que se acabe haciendo nuestro interlocutor de nosotros. Por ello no es de extrañar que alguien pueda salir del despacho de su jefe, tras una entrevista de una hora y media, afirmando rotundamente que no le ha escuchado, o que alguien pueda captar claramente que no es bienvenido a un grupo que le da oficialmente la bienvenida.
Este diccionario no es universal, pues dependiendo de cada uno de nosotros, de nuestra sensibilidad (o de nuestra susceptibilidad) y de nuestras costumbres, daremos matices a los significados y a la interpretación de cada gesto. Pero la mayoría de ellos, matices aparte, tiene un significado básico común, que es bueno que conozcamos pues será la base del juicio que hagan de nosotros.

Desmontando hábitos nocivos
"La conducta es un espejo en el que cada uno muestra su imagen" (Goethe)
El primer problema al que nos enfrentamos para mostrar integridad, y para que nuestros actos respondan a nuestras intenciones, es la inconsciencia de muchos comportamientos cotidianos que realizamos sin pensar, ya que los tenemos totalmente integrados en nuestras pautas de conducta. Hacemos cosas que hablan muy mal de nosotros y ni tan siquiera caemos en ello. Es importante, pues, ante signos de alarma -como la opinión de gente de nuestro alrededor, o los comentarios que captamos sobre nosotros- revisar nuestros comportamientos.
Una buena medida consiste en repasar y repensar todos aquellos hábitos automáticos que realizamos a diario sin pensar: ¿cómo entramos en la oficina?, ¿cómo saludamos a la gente?, ¿qué posición adoptamos cuando escuchamos a alguien?, ¿dónde está nuestro móvil durante una entrevista?, ¿qué es lo primero que hacemos cuando llegamos a casa?
Si este análisis nos refleja conductas disfuncionales, tenemos que desmontarlas, y solo lo podremos hacer tomando plena consciencia de lo que hacemos. Podemos sustituir un comportamiento nocivo por uno positivo, pero para hacerlo debemos actuar a conciencia hasta que el positivo haya sustituido al nocivo y podamos entonces dejar de fijarnos en él y darle la consideración de hábito.

Cambio de perspectiva
"Nuestra conducta es la única prueba de sinceridad de nuestro corazón" (Charles T. Wilson)
Muchos de los actos que esconden mensajes negativos los hacemos porque en el fondo nos convienen: nos ahorran tiempo, nos permiten hacer más cosas, y porque desde nuestro punto de vista no hay malicia. Pero hemos de pensar en los demás (además de ser sinceros con nosotros mismos) y entender el efecto que producen en ellos. Yo me puedo creer capaz de escuchar a alguien y leer un correo al mismo tiempo, pero la realidad es que no puedo hacerlo de forma efectiva, y, aun pudiendo, la impresión causada al otro seguiría siendo negativa.
También algunas veces estos actos tienen buena intención, pero en el diccionario del otro tienen un significado peligroso. Por ejemplo, yo soy muy escrupuloso con el tiempo que me dan para una intervención cuando hablo en público. Intento -y lo consigo casi siempre- ceñirme a los minutos asignados, y esto implica que durante la intervención miro el reloj con cierta frecuencia. Un asistente a una conferencia me hizo notar que daba a la gente la impresión de que "tenía prisa", de que "no les daría ni un minuto más de lo pactado", cosa que no puede estar más lejos de mi intención. Al darme cuenta de ello, he cambiado mi conducta. Hoy día pongo el reloj en la pantalla de mi ordenador, de manera que lo pueda ver echando un vistazo sin realizar, por tanto, ningún gesto visible.

Ayudando a los demás. Todos tenemos a nuestro alrededor un montón de gente a la que vemos decir una cosa y practicar justamente la contraria. Un montón de "pequeños farsantes" que viven convencidos de que se comportan de forma absolutamente distinta de la que nosotros experimentamos. En algunos casos acabamos justificando sus actuaciones por el hecho de ser un hábito: "Siempre lo hace", nos decimos. Pero lo cierto es que pasar por alto estos comportamientos no ayuda a nadie. Es bueno avisarles. No hace falta censurar sus actos ni criticarlos, sencillamente avisar de que su comportamiento no es congruente con su prédica. Es una manera de ayudarles a quitarse la venda de los ojos, y es lo que más puede ayudar a quienes tenemos a nuestro alrededor. Yo he tenido la ocasión de quitarme muchas vendas de los ojos gracias al generoso aviso de los que me rodean, y aunque en el primer momento haya pasado un mal rato, lo he agradecido.

Pequeño diccionario de mensajes ocultos...  qué queremos decir cuando...

Estos son algunos actos cotidianos que realizamos y el mensaje que ocultan:
  • Llegar tarde: "Mi tiempo es más valioso".
  • Responder al teléfono mientras estamos con alguien: "Lo tuyo no es tan importante".
  • Mirar el reloj: "No tengo más tiempo para ti".
  • No invitar a sentarse: "Te voy a dedicar muy poco tiempo".
  • Cambiar repentinamente de tema: "No me interesa lo que me cuentas".
  • Cerrar ostensiblemente los ojos ante algo que me dices: "No quiero escucharlo (por miedo o porque no estoy preparado)".
  • Interrumpir al otro: "Lo que yo tengo que decir es más importante".
  • Leer correos en la Blackberry mientras hablamos: "Hay cosas más importantes que merecen mi atención".
  • Marchar precipitadamente: "Ya has tenido suficiente de mi presencia".
  • Hacer comentarios marginales: "Cambia de tema, no quiero hablar de esto".
  • Traer una tercera persona a una entrevista: "Traigo testigos, no me fío de lo que me cuentes".
  • Fallar a una cita: "No era muy importante para mí".
  • Pasear la mirada por la sala de extremo a extremo: "Me estás agobiando, ¿dónde está la salida?".
  • Entrar con un saludo general sin mirar a las personas: "Miradme vosotros a mí. Yo soy el importante".
   Tomado de El País, 27 de marzo de 2011.

20 de marzo de 2011

Para vivir a mi manera

La canción popularizada por Frank Sinatra es, además de una balada crepuscular, una autoayuda que en tres minutos nos da las claves para vivir según nuestros propios principios.

En 1969, Frank Sinatra grabó la adaptación al inglés realizada por Paul Anka de Comme d'habitude, una canción popular francesa de la que solo quedó la melodía. Aunque el disco no fue un éxito inmediato, con el tiempo esta balada crepuscular se convirtió en la enseña del cantante y actor. El mismo Mijaíl Gorbachov, como dirigente soviético, bautizó su política de no intervencionismo en los países de la órbita comunista como la "doctrina Sinatra".

Todos sabemos gozar del lado soleado de la vida, pero la 'doctrina Sinatra' exige ser también uno mismo cuando llegan los golpes

¿Qué tiene esta pieza que ha inspirado a artistas tan dispares como Elvis Presley, Luciano Pavarotti o Sid Vicious?
Es, en esencia, una autoayuda en forma de pieza de tres minutos, ya que en su relato retrospectivo habla de tomar decisiones, de nuestra actitud frente a los éxitos y dificultades, así como del valor de seguir un camino propio.
Además de revisar el contenido de este clásico popular del siglo XX, en este artículo analizaremos en clave práctica siete momentos de la canción para que cada cual pueda vivir a su manera.

EL FINAL YA ESTÁ AQUÍ  
"Lo que es capaz de matarte también puede hacerte renacer" (Boris Božic)
Cada vez que experimentamos un cambio dramático nos vemos obligados a partir de cero. Suponen momentos de gran impacto emocional, pero también son oportunidades de emprender otros rumbos que de otra manera jamás habríamos podido explorar. Algunos ejemplos de finales que llevan a nuevos principios:
• La ruptura con una pareja que no funcionaba bien crea el espacio para encontrar a alguien que sí encaje.
• Ser despedido abre la puerta a una nueva orientación profesional y a descubrir incluso la verdadera vocación.
• Un accidente o una larga enfermedad permite analizar nuestra vida, corregir errores y renacer con un nuevo proyecto.
En todo final está escrito el principio si estamos dispuestos a empezar de nuevo con un horizonte que sea nuestro, en lugar de uno prestado.

RECORRÍ TODOS LOS CAMINOS
"No importa lo negras que parezcan o sean las cosas. Levanta la mirada y mira las posibilidades: no dejes de verlas porque siempre están ahí" (Norman Vincent Peale)
Uno de los temas presentes en My way es la encrucijada de caminos que es la vida de todo ser humano. Hay desvíos, largos rodeos y senderos divergentes que nos obligan a tomar decisiones. Esto separa a las personas de perfil conformista de los emprendedores. El conferenciante y motivador Anthony Robbins asegura que las personas con éxito tienden a tomar decisiones con rapidez y tardan en retractarse de sus planteamientos, porque creen en ellos. A la inversa, las personas que fracasan suelen ser lentas en decidirse y cambian de opinión con frecuencia. Cada decisión en nuestra vida nos obliga a definirnos, por lo que incluso si el resultado no es el esperado, haber elegido por nosotros mismos nos lleva un paso más adelante en nuestra evolución personal.

PASOS MÁS LARGOS
"No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas" (Séneca)
Son pocas las personas que disfrutan embarcándose en proyectos aparentemente imposibles. El resto se aferran a mantenerse lo más alejadas posibles del riesgo.
El especialista en estrategia empresarial César Gutiérrez señala que tomar decisiones produce fatiga cerebral, ya que incluye estos tres procesos:
a) Considerar las diferentes opciones.
b) Sacrificar las ventajas de una a cambio de lo que nos ofrece la otra.
c) Transición de un estado mental evaluativo a otro decisorio.
Elegir es cansado, sobre todo cuando nos enfrentamos a decisiones radicales. Sin embargo, el inmovilismo acaba siendo más agotador incluso, ya que nos sume en la frustración de ver cómo se nos escapan trenes que podrían conducirnos a otros destinos.

AMIGO, LO DIRÉ SIN VUELTAS
"En caso de duda, cuenta la verdad" (Mark Twain)
Este momento de la canción nos habla de la importancia de expresar nuestro parecer ante los demás. Las personas que manifiestan abiertamente lo que piensan pueden encontrarse en un primer momento con algunas fricciones, pero a la larga evitan muchos conflictos.
Quienes tratan de agradar siempre y callan si no están de acuerdo, tendrán que soportar reacciones desproporcionadas cuando disientan. Esto es así porque el entorno de cada uno se acostumbra a un determinado nivel de sumisión. Por consiguiente, viviremos mucho más tranquilos si somos capaces de decir sin vueltas lo que pensamos y sentimos.

ME TOCÓ GANAR, TAMBIÉN PERDER
"La victoria y el fracaso son dos impostores y hay que recibirlos con idéntica serenidad y un saludable punto de desdén" (Rudyard Kipling)
Tomar decisiones y definirse a través de ellas implica estar expuesto a los vaivenes de la fortuna. Las personas proactivas fracasan a menudo, pero saben extraer de ello lecciones para volver a la carga con otras estrategias y objetivos, con lo que el balance final siempre es positivo. En cambio, los que temen perder se aferran a lo que tienen y son incapaces de salir de su zona de confort. Su inmovilidad les impedirá alcanzar nuevas metas.

SER FIEL A SÍ MISMO
"Hace falta valor para crecer y convertirte en lo que realmente eres" (E. E. Cummings)
Siguiendo el hilo de la balada, ser fiel a uno mismo es elegir nuestro propio camino según los planes y objetivos diseñados por cada uno. Sin embargo, nuestra capacidad de escribir nuestra historia a veces queda anulada por miedos o barreras que nos ponemos.
Según el psiquiatra Theodore Rubin, estos son algunos de los bloqueos más comunes para tomar decisiones:
1. Pérdida de contacto con los propios sentimientos. La persona está tan habituada a no escucharse que ya no sabe qué es lo que quiere.
2. Evitar problemas y ansiedad. Para no experimentar sufrimiento, muchos se anclan en la inacción y se resignan a ser espectadores de la vida.
3. Falta de confianza en sí mismo. Detrás de los que saltan constantemente de una alternativa a otra puede haber la convicción inconsciente de que ninguna opción suya es suficientemente buena.
4. Necesidad de agradar. A menudo evitamos tomar decisiones para huir de los conflictos o el rechazo.
5. Perfeccionismo. La creencia de que hay situaciones perfectas retrasa la toma de decisiones, a la espera de que se den unas condiciones ideales.
6. Temor a equivocarse. Este sentimiento de inseguridad se retroalimenta, limitando cada vez más nuestra capacidad de actuar.
7. Distorsión de la presión del tiempo. Pensar que no hay tiempo para cambios frena la toma de decisiones.

LO HICE TODO A MI MANERA
"Caer está permitido. Levantarse es obligatorio" (proverbio ruso)
Al trazar nuestro propio camino, están aseguradas las equivocaciones y derrotas, las pequeñas y grandes pérdidas. También los aciertos, los éxitos y las ganancias. Todo el mundo sabe gozar del lado soleado de la vida, pero la doctrina Sinatra exige no dejar de ser uno mismo cuando en lugar de parabienes nos llegan golpes. Si reaccionamos con rabia y resentimiento, culpando a terceras personas, estaremos negando que somos dueños de nuestros actos y, por tanto, abandonamos el mando de la situación.
Quien sabe vivir a su manera encontrará su propia vía para salir de la crisis. Solo así, cuando caiga "el último telón" del que habla la canción de Paul Anka estaremos satisfechos con la obra de nuestra vida.

GUÍAS PARA ORIENTARNOS

1. Libro
- 'Reinventarse', de Mario Alonso Puig (Plataforma). Este médico y cirujano que se ha convertido en un conferenciante de referencia se centra en cómo hacer emerger nuestro verdadero ser a través del autoconocimiento, a la vez que corregimos la graduación de los ojos con los que miramos la vida.
2. Película
- 'Ciudadano Kane', de Orson Welles (Vértice). La historia de un multimillonario hecho a sí mismo nos alerta sobre los peligros de fijarse el éxito como único camino. El misterio en torno a Rosebud, la palabra que pronuncia el magnate antes de morir, articula esta obra maestra sobre la ambición y sus peajes.
3. Disco
- 'My way', de Frank Sinatra (Universal). La edición del 40º aniversario de este clásico de la música ligera incluye además versiones impagables de La Voz como un reinventado 'Yesterday' o el entrañable 'Mrs. Robinson'.

'A MI MANERA', AL PIE DE LA LETRA

El final ya está aquí y enfrento el último telón. Amigo, lo diré sin vueltas (...).
Tuve una vida satisfactoria. Recorrí todos y cada uno de los caminos.
Y más, mucho más aún. Lo hice todo a mi manera...

Tristezas, algunas tuve que no vale la pena comentar (...).
Planeé cada etapa programada, cada cuidadoso paso en mi camino (...).
Hubo momentos en que di pasos más largos que mis piernas (...).
Afronté los hechos y me mantuve intacto y lo hice todo a mi manera...

Amé, reí y sufrí. Me tocó ganar, también perder (...).
Pues ¿qué es un hombre?, ¿qué ha logrado? Si no es fiel a sí mismo, no tiene nada.
Decir las cosas que siente realmente y no las palabras del que se arrodilla.
Mi historia muestra que asumí los golpes y lo hice todo a mi manera. (Paul Anka).
 
Tomado el El País, 20 de marzo de 2011.